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sábado, 25 de agosto de 2007

Identidad frente a Personalidad

La categorización propia de nuestro tiempo parece que nos ha cerrado los ojos a la evidencia. La psicología crítica ha cuestionado todos los constructos asentados en nuestro código lingüístico social (personalidad, inteligencia, etc.) y los ha puesto patas arriba. Mi visión del ser humano sigue un derrotero semejante. Con el tiempo acabé desconfiando plenamente en eso que llamamos "personalidad".
Tradicionalmente la personalidad comprende varios aspectos: la individualidad, la estabilidad y la coherencia. Estamos acostumbrados a considerar la relación entre nuestra manera de ser y nuestra manera de actuar como una calle de una única dirección. Lo que vemos en nosotros mismos y en los otros es una personalidad unificada, un "yo" lógico y coherente en el pasado, presente y futuro. Contantemente, la personalidad nos obliga a tener que escoger entre los contrarios de un finito repertorio de binomios: seguro-inseguro, extrovertido-introvertido, simpático-antipático, etc., de tal manera que los polos de cada binomio son excluyentes. Si una persona es racional no será emocional.
Sin emmbargo, tal y como hacía referencia en un post anterior, el ser humano debiera tender más bien al caos en tanto que forma parte del Todo. Desde mi punto de vista, las diferentes dimensiones que definen nuestra identidad se mueven en un continuo vaivén entre los diferentes polos, de forma continuada, dotándonos de una infinita gama de posibilidades (pensad en cada una de las combinaciones que se pueden dar si contemplamos cada una de las dimensiones de nuestra identidad). Eso nos hace ser inesperables en cualquier situación y por eso tenemos la capacidad de autosorprendernos en muchas ocasiones. Afirmar esto a priori puede ser chocante, lo admito, pero ¿acaso no hemos sido de sorprendernos a nosotros mismos en diferentes momentos de nuestras vidas? ¿No os ha pasado que diferentes personas os ven de diferente manera a vosotros mismos incluso? Haced vosotros mismos el ejercicio: escoged tres personas de diferentes ámbitos en vuestra vida y pedidles que os definan en tres adjetivos. Si de verdad nuestra personalidad fuera realmente una huella dactilar que nos representara, ¿no sería lógico que todo el mundo nos viera de la misma manera? Por lo menos, esta contradicción parece señalar que la personalidad no es algo que realmente muestre nuestra esencia, como pretende la psicología traidicional.
Una explición a la coherencia y continuidad en el tiempo vendría dada por la memoria, encargada de poner orden en medio de este caos. Para ello, la memoria selecciona aquellos hechos que se adaptan a un marco narrativo (nuestra historia), buscando estructuras, repeticiones y otros elementos que causen continuidad y congruencia. Desde este punto de vista, la personalidad es un efecto de la memoria que nos define en el pasado y en el presente y nos proyecta hacia el futuro. Para los que estéis acostumbrados a escribir un diario quizás lo que digo os resulta más cotidiano. Para explicar esto último, utilizaré una metáfora: el dado trucado, que en uno de sus lados tiene un peso ligeramente superior al resto de los lados, con lo que la tendencia probabilistica será caer hacia ese lado. Es fácil vivir la experiencia con uno de estos dados y observaremos, no obstante, que la prevalencia probabilística no exime al dado de que en momentos determinados sea otra cara, y no la trucada, la que triunfe.
Si bien en el caso del dado trucado parece que todo queda a manos del azar, en nuestro caso, el caso del ser humano, es la simbiosis entre nuestros mundos interior y exterior la que hace que en determinadas ocasiones nuestra selección del pasado deje de ejercer su efecto para permitirnos un momento de creatividad identitaria, permitiéndonos un comportamiento aparentemente inesperado para nosotros y para los demás.
Es posible que en lugar de un solo "yo" unificado ye stable, seamos en realidad seres fragmentados, con muchos "yo" potenciales que no tienen por qué ser necesariamente coherentes los unos con los otros. Este "yo" inquieto varía de una situación a otra, contrastando con la concepción tradicional de una personalidad estable e inmutable. En realidad ser alegre o altruísta, emptático o maniático no son más que etiquetas identitarias que nos definen en un momento concreto de nuestra vida. Esto es, nuestra identidad: la necesidad aparente del ser humano de dotarlo todo de comprensión y lógica.