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jueves, 27 de agosto de 2009

Prematuro otoño

Salgo al balcón de mi casa y miro a través del viento las lejanas montañas tras los altos edificios. El sol se está despidiendo en un ademán triste o quizás melancólico. ¿Dónde quedaron los tiempos?
Lloran las lágrimas los cocodrilos que en las alcantarillas moran la noche. El anciano en el lago sigue remando, la silla continúa su infinito vaivén. La chica tras la ventana cuentas sus últimos días y la lluvia de números sigue cayendo en múltiples gotas vertiginosas.
El verano se fue y entra el otoño. Se oye de fondo unas risas desde los árboles: serán los gorgoritos que se despiden hasta el año próximo... Al fin es otoño y las pieles se tornan de nuevo blancas.
Las reses siguen el camino marcado a fuego por las llamas de sus dueños. Los montes cobran una vida diferente a la de antaño, ¡¡quién lo recuerda ya!! El queso se macera en aceite de olivas vírgenes. Y lo huelo desde el balcón de mi casa.

Te oigo respirar, te miro, te beso. Te mueves agitada y a la vez pausada. Te toco los labios.

Ya es otoño en nuestros corazones...

martes, 18 de agosto de 2009

Una gota de agua

Cae una gota de agua. Una niña juega a esquivarla bajando la acera. Un coche da un volantazo apunto de acabar quizás con su corta vida. Su madre la regaña llamando la atención de un grupo de gente. El conductor resopla en el interior del vehículo. Tras las primeras gotas de sudor, decide bajar la ventanilla sin percatarse de que un papel sale por ella y vuela hasta aterrizar en la acera. Una chica rubia se agacha para recogerlo y abre los ojos de par en par al ver lo que hay en él. Nerviosa, lo guarda en su bolso y acelera el paso. Un tirón la saca de sus pensamientos y tras un breve forcejeo, el ladrón emprende veloz huida. Los gritos hacen que me gire y vea a un chico con un bolso bajo el brazo corriendo hacia mi. Aferro el bolso con fuerza. Al ver que se aproxima más gente, el ladrón considera que el botín no merece tanto la pena, así que lo abandona y quedo con él en mis manos. Se lo devuelvo a su propietaria y la chica saca un monedero para ofrecerme un dinero que rechazo. Cae un papel de su interior y ambos nos agachamos a recogerlo. Se desata una tormenta y corremos a refugiarnos bajo la seguridad que nos brinda un portal.
Un coche para a escasos metros de nosotros y, bajo la incesante lluvia, un tipo comienza a buscar algo por la zona. La chica tiembla y de repente comprendo. El horror impregna el rostro de mi compañera de refugio. Ya no queda nadie en la calle, solo nosotros tres. El tipo poco a poco se aproxima a nuestra posición y la envuelvo con mis brazos posando mis labios en los suyos de modo que mi espalda oculta por completo a mi sorprendida compañera. El conductor lanza un par de palabras mal sonantes antes de rendirse e ir por el coche. Al darse la vuelta observo la culata de un arma sobresaliendo de su pantalón. El vehículo arranca y se pierde de vista.
La tormenta ha cesado y una de las últimas gotas cae al suelo ante nuestros ojos. Antes de despedirnos agradecida vuelve a ofrecerme dinero.
Tras pasar la tarde, llego a casa, enciendo el televisor y me dispongo a cenar. El primer bocado no llega a su destino cuando la pantalla se llena con la fotografía de un policía asesinado hace menos de una hora. Toco con los dedos mis labios y tiemblo...

sábado, 15 de agosto de 2009

Retomando el camino

Sin darme cuenta he vuelto a focalizar mi atención hacia fuera. Afortunadamente, una lectura muy interesante me ha devuelto a la realidad de aquel camino hacia la serenidad que una vez, hace semanas, empezara. Pasan demasiadas cosas en la vida de una persona y somos tan frágiles para dejarnos arrastrar por esos acontecimientos...

Repaso los días pasados desde que empezara ese camino y percibo que la meta me sigue resultando interesante. De algún modo extrañamente comprensible para mí, he conseguido separar el dolor del sufrimiento. Igualmente, estrategias de relajación me ayudan a mantenerme serena en los momentos más difíciles.
Mi primera parada consistió en la confianza para lo que revisé mis estrategias de control que podían albergar algún comportamiento desadaptativo para mí: la lucha de poder, la falta de compromiso y el chantaje emocional. De alguna manera conseguí comprenderme más en esos aspectos, viajando del presente al pasado y del pasado al presente. Esto me ayudó también a comprender a otras personas de mi ámbito más íntimo contribuyendo en una relación mucho más sincera, sana y positiva. No está nada mal para el poco tiempo que llevo caminando.
En las últimas semanas, además, la decepción contribuyó a ajustar los parámetros de esa confianza que quiero depositar en las personas reelaborando límites que no quiero volver a rebasar. Un pensamiento hace de eje entre la confianza y mis límites: todas las personas tienen algo hermoso que darte y/o enseñarte y depende de uno mismo que todo quede en una bella historia. Lo que quiero decir es que si uno no aprende a respetarse a sí mismo, siendo coherente con los propios límites, es difícil poder guardar un recuerdo "manchado" como algo positivo o hermoso. Donde uno pide siempre hay uno que da, ¿de quién es la falta de respeto cuando uno da algo que no quiere dar? ¿Del que lo ha pedido? Obviamente del que lo ha dado... ¿o no? Esta es la enseñanza que he sacado de mi última decepción... conmigo misma.

Paro un momento de escribir y me doy cuenta de que se trata de un camino con infinitas formas de recorrerse, todas de éxito si se siguen recorriendo. El único fracaso está en dejar de caminar... A veces siento que me pierdo entre tantas posibilidades pero el miedo del principio se está convirtiendo poco a poco en un disfrute... No me asusta perderme en tanto que sé que volveré a encontrarme... Tampoco me asusta retroceder porque he comprendido que forma parte de esas infinitas posibilidades de recorrer este camino hacia la serenidad. Lo importante es no parar y no quiero parar. Eso sólo puede significar una cosa: voy por buen camino.

¡¡Bien!! Esta revisión ha provocado un sentimiento positivo en mi interior. Me siento revigorizada y dispuesta a plantearme mi siguiente parada...

sábado, 8 de agosto de 2009

Conversaciones conmigo misma

Algunas personas se creen que son el ombligo del mundo, que el resto de la gente ha de bailar a su son. Ahora tengo miedo, ahora me apoyo en ti; ahora estoy ocupado, ahora te ignoro por completo. Esas personas se creen que cuatro palabras dan más profundidad a su vacuidad; con una excusa barata y una comparación odiosa dejan claro, al final, que son las personas más banales y más superfluas que la faz de la tierra ha parido. Detrás de su look elegante y minimalista esconden una carencia importante de valores reales.
Lejos de la realidad, no dejan de ser personas egoístas cuya empatía y atención por los demás brilla por su ausencia. No tienen medida a la hora de hacer daño aunque finjan sentirlo mucho cuando les pones en aviso. Son personas que desprecian las atenciones y cariños que les puedas dar, que te obvian cuando les cuentas algo tuyo (a veces simplemente se limitan a no responder dando por sentado que con el silencio queda más que claro que les estás robando protagonismo). Son personas que se lamentan porque les han abandonado. Se jactan del "pobre de mí que mira lo que me ha hecho". Y yo me pregunto, ¿no tendrán dignidad siquiera para reconocer que ellos son la causa de que la gente salga despavorida de su lado?
Descubierta la vacuidad de sus vidas, esas personas merece bien la pena tenerlas lejos. Nunca se sabe cuando van a volver a reírse de ti, si es que no lo están haciendo mientras leen este post :)
Con todo el cariño, para ti.

Adiós.

viernes, 7 de agosto de 2009

Vacío

Despierto. Miro a mi alrededor. El cuarto vacío, el mismo silencio. Busco encontrar algo en medio de la nada. ¿Cuándo se llevaron los muebles? Las paredes antaño blancas ahora están ennegrecidas por el paso del tiempo. Silva un recuerdo en mi cabeza: su sonrisa. Y resuena el eco de su voz en mi corazón. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que se llevaran los muebles?

Murió... se fue para siempre de esta vida póstuma. Hemos agotado las siete vidas y nos quedan apenas días... Dormimos para olvidar el pasado. Todo duele tanto...

Fijo la mirada en un punto perdido del recoveco donde antes dormía el armario. Allí pendía toda su ropa y su aroma. Aun puedo olerlo a través de los orificios de mi nariz entumecida. No puedo evitar llorar su pérdida. Ansío reunirme con ella de nuevo en otro mundo. Quizás Dios nos haya perdonado y nos permita una octava vida en plenitud. Somos los eternos castigados...

Cierro los ojos y la veo.
No quiero volver a despertar.

Cierro los ojos y la veo.

domingo, 2 de agosto de 2009

Desencuentros inesperados

-Ese culito debe ser de gelatina... porque la mermelada no se mueve así.

Su melena rubia paró en seco. Se dio la vuelta y clavó sus penetrantes ojos marrones en él. Una expresión de incredulidad se dibujó en su cara.
Rápidamente él levantó las manos en símbolo de rendición.

-Disculpa. Sé que he sido un poco grosero. Pero verás... creo que realmente debes ser la chica más bonita que jamás he visto. Estoy convencido de que a todas horas tienes a chicos diciéndote lo maravillosa que debes ser. Sólo quería llamar tu atención. No pretendía ofenderte.

Había algo en su forma de hablar que parecía sincera.
Ella se relajó. Su expresión de incredulidad empezaba a desaparecer...

-Culito de gelatina... ¿en serio?- dijo dándose una suave palmada en su trasero.

De pronto una sonrisa inundó su rostro.

-Desde luego es de lo más original que me han dicho.

Él se acercó.

-Soy Carla. ¿Cuál es tu nombre?

-Russ.

Sus manos se estrecharon con suavidad mientras se miraban a los ojos.
La ciudad continuaba con su frenética vida. Pero para ellos el tiempo empezó a pasar más despacio.
Uno frente a otro en medio de una calle cualquiera de una ciudad desconocida.
La combinación era curiosa.
Ella alta, melena rubia bien peinada y con un cuerpo de infarto. Vestía un traje de chaqueta gris con camisa blanca que dejaba entrever que podría tratarse de una abogada o directiva de alguna empresa.
Él alto, melena rizada negra sujetada en una coleta que le llegaba a la altura de los hombros. Ni gordo ni delgado pero se intuía que no había pisado un gimnasio en su vida. Vestía unos tejanos y una camiseta negra en la que rezaba la consigna “no me llames vago, llámame socialmente relajado”.

La gente a su alrededor los esquivaba en medio de la calle. Los miraban de reojo, como si hubiera algo que no encajara en que dos personas tan distintas pudieran estar estrechándose la mano.

-Muy bien Russ, tienes mi atención. ¿Cuál es tu próximo movimiento?

Él nunca se habría podido esperar una respuesta como esa. Por norma general no tenía gran éxito entre las féminas. Su look desaliñado tendía a un efecto “déjame en paz, perdedor”.

-No voy a mentirte. Estoy sorprendido- dijo esquivando los ojos de Carla presa del nerviosismo. -Ni siquiera pensaba que te fueras a parar y mucho menos que me hablaras.

Notaba que las manos le empezaban a sudar. Rápidamente dejo de estrecharle la mano y se las metió de forma desenfada en los bolsillos traseros adoptando una postura un tanto extraña.

Carla miró su reloj.

-Mmm... no suelo hacer estas cosas pero mira... No tengo nada que hacer ahora mismo. ¿Quieres ir a tomar algo?

Russ asintió sonriendo.

El sol de la tarde estaba desapareciendo dejando una estampa de la ciudad digna de las mejores obras de los pintores impresionistas.
Juntos caminaron hasta llegar a una cafetería cercana.
Al sentarse una chica joven rápidamente les tomó nota. Al cabo de unos minutos en una bandeja trajo dos cervezas.

-Vaya... no hubiera apostado a que fueras una “beer girl”.

-¿Por qué no?- dijo levantando la cerveza y llevándosela a los labios.

Russ se quedó congelado. No pudo evitarlo y se quedo fijamente prendado de la imagen de la fría cerveza deslizándose por los carnosos labios de Carla.
Súbitamente una sensación de deseo le invadió por todo el cuerpo. La deseaba. La deseba. La deseaba desesperadamente. Sería perfecta.
Carla dejó la cerveza y le miró. Al ver que no reaccionaba, llamó su atención.

-¿Dónde estás?

-Perdona es que me estaba acordando de algo que tengo que hacer. Soy todo tuyo...

Comenzaron a charlar y el tiempo se perdió entre silencio y silencio.
Resultó ser una conversación muy agradable. Ambos habían nacido en la misma ciudad y, casualidades del destino, en el mismo barrio.
Carla le contó que trabajaba en una multinacional y que su trabajo le absorbía mucho tiempo. Vivía sola en un pequeño piso del centro y hacía poco que se había traslado a esta ciudad. No conocía prácticamente a nadie fuera del ámbito laboral debido a lo mucho que trabajaba. No tenía familia. Incluso en un alarde de sinceridad que sorprendió a Russ, le dijo que se sentía muy sola.
Está última confesión impactó en él. Hacía muy poco que se conocían y ya se sentía lo suficientemente a gusto como para confesarle algo tan íntimo...
Esto animó a Russ a abrirle un pedacito de su alma. Le explicó que él también estaba solo. Era fotógrafo freelance pero de momento no tenía mucho éxito. No tenía familia. Su hermana había fallecido recientemente y eso le había afectado mucho. Tanto que apenas salía de casa con lo que su vida social no era muy interesante. Mientras le comentaba esto no pudo evitar que unas lágrimas asomaran en sus ojos.
Carla al ver lo afectado que estaba en ese momento agarró una de sus manos y la sujetó entre las suyas. Una cálida sonrisa se dibujó en su cara mientras lentamente acariciaba con su pulgar el dorso de la mano de Russ. Éste la miró entre sollozos agradeciendo el gesto y le devolvió la sonrisa.
El silencio se hizo. No hacían falta las palabras. Las miradas, las sonrisas, las caricias... hablaban por ellos.

La noche había hecho suya por completo la ciudad.
Habían pasado horas desde que se sentaron en la cafetería. La camarera se acercó para comunicarles que iban a cerrar.
Ambos se levantaron y, tras pagar, se marcharon.
Caminaban por la calle mientas charlaban amistosamente.
Carla se agarró al brazo de Russ mientras caminaban. Él podía notar como le acariciaba produciéndole una sensación de cariño que hacía tiempo no sentía. No podía desearla más.
De pronto se pararon.

-Yo vivo aquí- dijo Russ nervioso.

-Vaya que casualidad...- dijo sonriendo Carla.

Notaba como continuaba acariciándole el brazo. Se giró frente a ella y le apartó el pelo de la cara.

-¿Te apetece subir a tomar una última cerveza y picar algo?

Carla pareció dudar un segundo.

-Está bien.

Russ sacó unas llaves de su bolsillo y abrió la puerta.
Llegaron al ascensor y esperaron a que llegara hasta ellos.
Entretanto Carla se le acercó lentamente y le susurró algo al oído.

-No he conocido a muchos chicos como tú. La manera en que te has abierto a mí en la cafetería me ha sorprendido... y me ha encantado.

Fue entonces cuando le besó en la mejilla. Un beso tan dulce que desconcertado la miró.
Seguidamente Carla posó las manos de Russ sobre su cintura, situó las suyas rodeándole la cabeza y le besó en los labios.
Ambos se enredaron en un continuo de pasión y dulzura.
Llegó el ascensor y subieron. Durante todo el trayecto sus labios no pararon de besarse, sus manos de tocarse, sus almas de quererse.

Ya en el piso, Russ trajo un par de cervezas. Bajó las luces y puso un disco de música relajante.

-No le molestará a tus vecinos la música a estas horas...

-Tranquila. Todos están fuera. Podemos hacer todo el ruido que queramos.

Carla le brindó la sonrisa más picara que jamás había visto.

Russ lo había decidido. Ella debía de ser la siguiente.

Conversaron un buen rato más mientras los besos cobraban vida propia.
El tiempo volaba...

Eran las dos de la madrugada cuando Carla se abrió la camisa dejando a la vista dos pechos impresionantes aprisionados en un sujetador blanco. Russ se puso nervioso.
Carla lo percibió.

-No te pongas nervioso cielo. No es la primera vez que ves algo así ¿no?

-Desde luego que no... es que... yo soy más bien tímido... no suelo invitar a mi casa a chicas nada más conocerlas...

Ella se acercó y le besó apasionadamente. Se sentó encima de él y le besó y le besó y le besó...
Russ podía notar como algo crecía en su interior. El deseo no podía ser mayor.
Entre beso y beso, Carla le acarició las mejillas.

-Cielo, estás a punto de ser un chico muy pero que muy afortunado.

Al unísono las manos de Carla se deslizaron por el cuello de Russ bajando por su pecho y parándose sobre su pantalón.

-Verás... esto no suele pasarme mucho...

-Déjate llevar...

Russ se ruborizó cuando le abrió la cremallera del pantalón y desabrochó el botón que aprisionaba su zona más íntima.
Carla podía notar lo excitado que estaba.

-¿Tienes alguna fantasía?

Él, excitado a más no poder, respondió balbuceando.

-Mmm... no. Yo...soy más bien normal en este sentido...

-¿Nunca has probado nada... socialmente incorrecto?

Russ agachó la mirada. Ella captó en seguida que había tocado un punto sensible.

-No pasa nada cielo. Es divertido. ¿Nunca lo has hecho estando tú o tu chica atados?

Los ojos de Russ se abrieron como platos.

-N... no...

Carla se separó de él un instante y fue a buscar su bolso. A continuación sacó lo que parecían dos juegos de esposas acolchadas.

-Mira lo que vamos a hacer. Yo y mis amigas nos vamos a ir al dormitorio. Tú vas a esperar cinco minutos... vas a ir a la cocina... vas a coger dos cervezas... y cuando entres vas a verme atada... y vas a disfrutar y hacerme disfrutar del mejor polvo de nuestras vidas... ¿te apetece?

Russ no podía creer la suerte que tenía. El deseo ya era incontrolable a estas alturas y ella le brindaba la oportunidad de saciarlo de forma inmediata.
Carla se levantó. Lo besó. Cogió sus cosas y contoneando sus caderas se perdió tras la puerta de la habitación.

Pasaron los cinco minutos y Russ entró.
Carla se encontraba desnuda a excepción de un tanga negro que tapaba su más íntimo regalo. Sus manos estaban aprisionadas por las esposas que a su vez estaban conectadas con el cabecero de la cama. Estaba indefensa. Era toda para él.

-Soy... toda... tuya – dijo con voz lasciva.

Él se acercó lentamente. Disfrutaba tanto de lo que estaba viendo que un intenso fuego recorrió su ser. Se quitó la camisa se sentó en la cama junto a ella y la miró.

-Estaba pensando... que... si te gustase...

-Dime...

-¿Y si también te amordazara suavemente con un pañuelo de seda que tengo por ahí...?

-Vaya, vaya- la voz de Carla no podía ser más caliente. -Veo que tienes imaginación... Mmm... me encantaría...

Russ abrió un cajón y sacó un pañuelo. Se lo ató alrededor de su boca y se levantó a ver a esa diosa que tenía en la cama.
De pronto una carcajada brotó de él. Carla lo miró extrañada.

-No puedo creer que esto me haya pasado a mí. ¿Sabes? Me ha encantado que llevaras tanto la iniciativa. He podido poner en práctica al “tímido”. No puedo creer que te hayas tragado todo la mierda que te he contado.

La cara de Carla cambió por completo. Una expresión de desconcierto se apoderó de ella mientras trataba de despojarse de las esposas y la mordaza. Imposible.

-Lo mejor ha sido cuando en la cafetería te he contado lo de mi hermana y he llorado... y tú te has conmovido y me has acariciado. Buffff.... ¡¡¡genial!!!

Carla ya estaba totalmente aterrorizada mientras Russ continuaba merodeando alrededor de la cama.

-Hace ya rato que estoy caliente, caliente. Pero no por follarte... sino por lo que voy a hacerte. Serás mi víctima número once. ¿Debes sentirte afortunada? Me lo voy a pasar en grande contigo. ¿Y sabes cuál es la mejor parte?
¡¡¡¡¡¡Que te has prestado a esposarte tu solita!!!!!! No creí que aceptarías la mordaza también... pero esta visto que eres una guarrona, guarrona... y ¿sabes qué les pasa a las chicas malas?

La desesperación hacía ya rato que había consumida a Carla. No paraba de moverse. Tratando de zafarse de los grilletes. Imposible.

-Bien. ¡Que empiece la fiesta!

Russ se aproximó y se sentó junto a ella. Dándole la espalda, abrió el cajón de la mesita donde Carla pudo ver la silueta de un cuchillo de hoja curvada. Él trató de alcanzarlo.
En ese preciso instante dos “clicks” resonaron en la habitación. Russ sorprendido se giró y lo que vio le causó un terror inesperado.
Carla se había despojado de las esposas. Mientras Russ se daba la vuelta, buscó bajo la almohada lo que resultó ser una pistola eléctrica. Antes de que él pudiera tener cualquier tipo de reacción, una descarga le hizo perder el conocimiento.



No sabía cuánto tiempo había pasado cuando recuperó la conciencia. Intentó moverse pero no podía. Intentaba hablar pero también le fue imposible. Fue entonces cuando comprendió la situación. Sus brazos estaban atados con sábanas desde las muñecas hasta el cabezal de la cama. Su boca estaba amordazada con el mismo pañuelo que había usada con Carla.
Ella, de pie frente a él, le miraba con gula. Seguía desnuda a excepción de su tanga pero la imagen que transmitía ya no era de ardiente pasión sino de depredación.
Caminaba de arriba a abajo de la habitación mientras hablaba como si nada le importara.
Entretanto sus manos jugueteaban con las esposas que antes le aprisionaban.

-¡¡¡Heyyyy!!! Ya vuelves a estar conmigo. ¡¡¡Bien!!! Sé que te estás preguntando... ¿cómo ha podido abrir las esposas? Tienen truco ¿sabes? No hace falta llave. Tienen un mecanismo de seguridad que permite abrirlas presionado cierta pieza. Si no hubieras estado tan ansioso por follarme... o matarme... o descuartizarme... o lo que fuera que ibas a hacerme... podrías haberlo visto.

Russ no daba crédito de lo que estaba pasando. Él era el depredador. Él era el cazador. Él nunca era la presa. Nunca. Y eso le aterrorizaba.

-¿Sabes? Es curioso... porque, ¿cómo has dicho?, iba a ser la víctima once, ¿no? Tengo que darte una noticia: no voy a ser la víctima once...

Carla lo miraba con seguridad, más lascivamente de lo que lo había hecho antes, mientras Russ lloraba de terror.

-En cambio... tú vas a ser mi víctima número nueve. ¡Qué pequeño es el mundo...! ¿Quién iba a decirme que en lugar de un perdedor ibas a ser un perturbado? ¡Un loco!

Carla se sentó junto a él en la cama. Abrió el cajón de la mesita y cogió el cuchillo de hoja curvada. Le miró con desdén mientras él se revolvía intentando escapar.

-Tranquilo. Puedes gritar todo lo que quieras. Todos están fuera. Podemos hacer todo el ruido que queramos...

Carla se levantó con el cuchillo en la mano y entornó la puerta de la habitación mientras gritaba...

-Realmente no te puedes fiar de nadie... ¿empezamos cielo?

Un portazo cerró la puerta de la habitación.






R.