Nube de etiquetas

viernes, 19 de octubre de 2012

Cantando bajo la lluvia

Como cada mañana Marta se dirigió a la cocina nada más levantarse; sacó su dosis de mantequilla para el día y dejó que se desenfriara mientras se pegaba su ducha matutina. Tras las ventanas lucía un espléndido día de lluvia; el agua caía a raudales y el cielo estaba oscuro. Pero eso no fue suficiente para mermar la alegría de Marta. Era su primer día en la escuela de adultos y tenía ganas de empezar.
Mientras se duchaba le llegó la melodía de Gene Kelly a través del ventanucho que daba al patio de luces. Su vecino Mario la ponía todas las mañanas de lluvia desde que Marta se mudara hace cinco años al piso; no recordaba ni un solo día de lluvia que no fuera así. Lo cierto, es que a Marta le encantaba esa canción y rápidamente se puso a cantarla bajo la ducha mientras seguía rascando con energía el sudor de la noche.



I'm singin' in the rain...

Para cuando salió a la calle, ya lucía un tímido sol tras algunas nubes persistentes; el arco de San Martín se dibujaba en lo alto del cielo grisáceo. Y olía a pan recién tostado...
- ¡Buenos días Matilde! ¡Qué olor tan exquisita desprende hoy tu pan!
- Todas las mañanas me dices lo mismo, hijita... Mira que eres zalamera... Toma anda, coge un chusco de pan que te acompañe en el almuerzo. Hoy le he puesto pipas de girasol, como a ti te gusta.
- ¡Oh! Muchas gracias Matilde. Es usted tan amable siempre conmigo... ¡Que tenga un buen día! Al menos tan bueno como el mío ;)
- Adiós hijita... Que cabecita de chorlito está hecha esta muchacha... ais...
Y así fue como Matilde se puso a cantar también bajo las cuatro gotas de agua que aun caían del cielo.

You're singin' in the rain...

A la hora en punto, abrieron las puertas de la escuela. Marta había llegado con cinco minutos de adelanto y pudo conocer a alguno de sus posibles compañeros.
Tras la puerta que se abría apareció Jorge, un hombre de mediana edad con una sonrisa amplia y pelos canos en la nariz. Muy amablemente les invitó a pasar y, después, les guió hasta su aula.
Con infantil nerviosismo, los compañeros de Marta corrieron a sentarse en las últimas filas de la clase. Marta, que no quería perderse ni media palabra, optó por la primera fila, junto a un chico rubio que parecía haberse perdido en el mundo.
Rápidamente, apareció...
- ¡Oh, no!
Apareció ella con esa sonrisa contagiosa, con esa mirada penetrante, de ojos profundos y cristalinos. ¿Cómo había llegado a parar allí?
De repente en la calle la lluvia se hizo más fuerte, las nubes corrieron a chocar las unas contra las otras provocando un estruendo ensordecedor. El cielo gris se le hizo presente por primera vez en este día a Marta.

¿Cómo era posible que su pesadilla de la infancia volviera a arruinarle la vida?
No, esta vez no. Era algo que no iba a permitir que sucediera.