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viernes, 18 de octubre de 2013

Caroline, los muertos no "hablan"

Sube y baja, el columpio sube y baja.
La tarde se ha quedado fría, pero los niños siguen jugando en el parque ajenos a ese frío. Las inocentes y tiernas risas llenan el aire y lo condensan.
Desde el banco de piedra en el que estamos sentados se ve el mar al fondo, asomando entre dos casitas veraniegas.
-Te digo que esos cadáveres tienen un mensaje, Charles.
-Joe, siempre tienes que ver más allá. No te vendría mal aprender a estarte quieto y disfrutar un poco más de la vida.
-¡Oh, claro! ¡Cúlpame a mí! Pero alguien tendrá que hacerse cargo para que esos niños sigan jugando y riendo.

El viento azotó las hojas secas del incipiente otoño como si de alguna manera quisiera remarcar lo que Caroline le explicaba a su compañero de piso.
-¿En serio te hablaron esos muertos?
-Bien, no me hablaron como tú y yo estamos hablando. Quiero decir que entre todos encierran un mensaje. Al principio no lo veía claro... ¡pero estaba ahí! ¡¡Delante de nuestras narices!!

-De acuerdo Joe, tú ganas. ¿Y cuál es ese mensaje?
-Yo no soy Joe... ¿tú quién eres?
La joven Caroline parpadeó perpleja.

-Charles, ¿qué pasaría si por un momento te dijera que realmente tú y yo no estamos aquí?
-Charles, soy Charles...

martes, 8 de octubre de 2013

La reina y el doncel


Había una vez en un lejano y próspero reino una antigua y sabia reina conocida por todos por su bondad y su buen hacer. En la corte de la reina vivía también un joven y hermoso doncel del que la reina estaba enamorada desde el primer día que lo vio.
Sucedía también que los ciudadanos del reino estaban preocupados, pues su reina contaba ya sus últimos años de vida y aun no se había casado ni dejado descendencia. Tal era la preocupación que un buen día el consejero de la reina así le preguntó:
- Amada reina, sois ya anciana y sin embargo no os habéis desposado. ¿Acaso no encontráis agradables ninguno de los donceles del reino?
- Mi querido amigo -respondió la reina,- los donceles del reino son todos ellos hermosos, sin lugar a dudas, en especial uno entre todos. Sin embargo, no soy digna de él y no puedo desposarme si no sé a ciencia cierta que puedo hacer feliz a mi esposo.
Escuchando esto, un anciano que por allí pasaba se dirigió a la reina:
- Mi buena Señora, sois bondadosa y justa. Las gentes del reino os adoran. ¿Qué doncel no podría sentirse amado por vos? ¿Acaso pide el árbol, la flor o el pájaro permiso para existir? Entonces, ¿por qué poner barreras al amor? Dejad vuestro empecinamiento por dominar la naturaleza, coged el camino de la sabiduría y no os apartéis de él. El amor, en tanto que parte del todo, sabe encontrarse a sí mismo.
Fue así como la reina se casó con su doncel y fruto del amor nació una princesa también noble y sabia en sus acciones que dio mayor prosperidad si cabe al reino.
Y todos fueron felices por largo tiempo.