Nube de etiquetas

martes, 29 de enero de 2008

Un post diminuto

Hoy lo haré a la inversa: un post diminuto pero cargado emocionalmente para mí.
Dice Ángel Gabilondo para Psichologies (marzo 2007) que "quien no se quiere es peligroso; quien se gusta demasiado, también".
Pero el verdadero mensaje de este post no es otra cosa que un poema de Pablo Neruda al que podéis acceder clicando aquí.
Recibid un beso todos aquellos que queráis recibirlo, y perdonadme si hoy no sonrío. Mañana os recompensaré con una sonrisa el doble de grande...

jueves, 24 de enero de 2008

Los hijos

-¿Y quién cree en el amor?- le pregunté a Dios -Has muerto en la Tierra y ya no creemos en ti porque nos dejaste abandonados a nuestra suerte, a tus hijos, dejaste de amarnos... ¿y ahora me hablas de amor? ¿Quién cree en el amor?- insistí.
-No comprendéis los verdaderos designios de vuestro Creador. No comprendéis la Creación ni la Naturaleza. Vosotros sois mis hijos y os amo, pero será vuestro sufrimiento quien os haga llegar hasta mi- respondió Dios.
-¿Sufrimiento? ¿Acaso te niegas a ver el sufrimiento que azota nuestra Tierra? Cada día fallecen miles de personas allá abajo; el Sheol está plagado de almas que sufrirán eternamente indignadas por tu abandono... ¡¡Tú nos abandonaste!!
-Mediante el sufrimiento comprendereís la obra de Dios, vuestro Creador, y os redimiréis. Mediante el sufrimiento alcanzaréis la luz de Dios que se hizo hombre y pereció por vosotros. Mediante el sufrimiento alcanzaréis el cielo y la gloria eterna, y amaréis eternamente porque el amor lo es todo...
-"Amáos los unos a los otros como yo os he amado, pues ese es mi deseo". Conozco las Sagradas Escrituras, pero no hablo por mi mismo si te digo que te has convertido en un ser despreciable, injusto y que te equivocas al condenarnos al sufrimiento eterno. Nos has confundido con tu muerte y resurección y ahora somos tus Hijos los que te abandonamos a ti. Ya no creemos en Dios y por los siglos de los siglos has muerto para nosotros. Dejaste a tu rebaño sin pastor y las ovejas han encontrado la forma de autoguiarse hacia a Luz. Se nos abrirán las puertas del cielo sin tu permiso porque hemos hallado el camino. Hemos aprendido a amarnos a nuestra manera...
***
Mientras tanto, en la Tierra, era un sábado como otro cualquiera con la particularidad de que aquel sábado había exámenes en la Universidad y todos los alumnos pasaban por los pupitres para hacer la Gran Prueba. A ellos les tocó compartir puerta con puerta.
Hacía mucho tiempo que no sabían el uno del otro pese al amor que se habían profesado. Juan y Antonio se conocieron un 5 de enero de hacía largos meses y desde el primer momento supieron que estaban hechos el uno para el otro. Sin embargo, las cosas no les fueron bien y el orgullo del uno y el agotamiento del otro les llevó al silencio, un silencio ridículo y fuera de contexto que llenó los siguientes días y meses.
Pero había llegado ese sábado y ahora se examinaban en aulas contiguas. Y fue así como se encontraron en la sala que antecedía a las aulas, una sala grande y con varios bancos dispuestos sin ningún orden, una sala gobernada por un enorme cristal a través del que se podía contemplar los jardines de la planta baja. Claro, que para Juan y Antonio los jardines eran lo de menos.
No esperaban encontrarse y cuando sus miradas se cruzaron la sorpresa fue grande para ambos. Se acercaron lenta y pausadamente como lo haríamos ante un león dormido, sigilosa y cuidadosamente, sin hacer ningún movimiento que puediera sobresaltar o molestar al león. No, no interesaba despertar a la bestia...
Al principio ambos estaban tímidos, pero al poco tiempo Antonio le preguntó a Juan:
-¿Por qué no me llamaste? Dijiste que lo harías...
[Silencio]
-No creí que fuera lo más oportuno, no habría servido de nada.
-¿No habría servido de nada hablar de lo nuestro?
-Eso fue lo que pensé.
[Silencio]
-A mi me parece cobarde por tu parte...
-Es posible.
Antonio debía marchar pues había quedado con unos amigos para cenar en la Xampañería. Sin embargo, Juan dio un paso adelante y venciendo su típica timidez le pidió si podían hablar sobre lo que había sucedido.
-¿Pero quieres hablarlo? ¿No decías que era absurdo hablarlo?- preguntó Antonio.
-Sí, al principio; pero después me di cuenta de que me había equivocado aunque ya era demasiado tarde para decírtelo... Creo que es momento de hacer lo correcto.

Antonio le seguía amando y aunque le había hecho mucho daño quería escuchar lo que tenía que decirle. Ambos hablaron largo y tendido, y ambos escucharon. Cuando ya lo hablaron todo, rieron y se acomodaron en la compañía del otro. Y cuando ya lo rieron todo, se besaron y se amaron.

lunes, 21 de enero de 2008

Libre de ataduras, libre de tabacaduras

Ya han pasado nueve días, 4 horas y 18 minutos desde que apagué mi último cigarro. Perdonad que últimamente lleve tanto las cuentas en mis entradas (parece que siempre se cuela) pero me parecía interesante compartir las sensaciones que estoy sintiendo en este proceso. Para aclarar dudas sobre la imagen que cuelgo junto a este post, sí, se trata de una coincidencia fortuita :)

Como todo buen fumador que se precie llevaba meses, años, enganchada a ese cilindro de nicotina y alquitrán; concretamente desde los 16 años que me fumé mi primer cigarrillo. Durante 150 meses aproximadamente compartí mis momentos más íntimos y los menos con ese amigo humeante. Sí, durante 4500 días cayeron unos 31500 cigarros. Claro que estos datos son aproximados, pero no deben andar muy desencaminados, no. 31500 cigarros...

Ya hubo una vez que dejé de fumar durante 8 meses y por el típico reto del ex-fumador novato (como todo ex-fumador, claro) volví a fumar: "ah... ahora que ya no tengo mono de tabaco, ahora podría controlar yo al tabaco y no él a mi como hasta ahora". Sí, me las vi tan espabilada que empecé de nuevo a fumar y no volví a parar. Hasta el pasado sábado 12 de enero de 2008.
La otra vez que dejé de fumar pequé de una cosa: hice poco ruido, y en el silencio de mi yo contra mi misma, mi cabeza me tendió la última trampa. Y es que sabed que el peor enemigo de un ex-fumador es el recuerdo del fumador que llevamos dentro. Nuestra cabeza tiende sus peores artimañas contra nosotros para hacernos caer y devolverle su droga a la que se ha habituado...
Pero esta vez pienso hacer ruido en cada rincón donde me haya proyectado, aunque sólo sea mi sombra. Puede parecer una tontería, pero esta lucha siempre se hace más amena cuando otros te apoyan incondicionalmente, porque cuando estás ahí con el nervio de la frente palpitanto y en tu cabeza sólo aparecen cigarros acercándose indecentemente hacia ti, siempre aparece una mano en tu hombro, dos ojos que te miran fijamente y te recuerdan que tú puedes. Ah... y respiras aliviado porque te han salvado de ese trance hipnótico que la mente ya estaba tejiendo para atraparte. ¡Maldita mente! ¡Qué memoria tiene la joía! ¡Qué sabia es!

La verdad es que mientras me fumaba mi último cigarro ese sábado pasado no fui consciente realmente de que ese fuera mi último cigarro. No pude despedirme dignamente de mis cigarrillos, de mi humo, de mis nicotinas y alquitranes; y eso es algo que me hizo dudar en un principio de dejar de fumar (¿veis a lo que me refiero con las argucias de nuestra mente?). La inspiración realmente me vino unas décimas de segundo después, cuando me tenía que decidir a bajar al estanco para comprarme una cajetilla, pues aquel era el último cigarro que me quedaba en casa. Me dio una pereza tremenda bajar así que me dije medio en broma "¡ea! ¡pues no fumamos!". Y la medio broma se convirtió en medio idea, y la medio idea me convenció y miré dentro de mi.
Hacía bastante tiempo que quería dejar de fumar pero en este tipo de eventualidades hay un requisito siempre indispensable y es que el que se estrena en el arte de dejar de fumar tiene que estar convencido 100%. Estarlo un 99,99% implica fracasar. El mínimo resquicio de duda puede convertirse en un poderoso ente que se ponga en tu contra. No, hay que estar 100% seguro de uno mismo, o como me gusta decir: "oír el clic en tu cabeza". Como decía, aquella medio broma acabó convirtiéndose en mi clic. Vaya si sonó, firme, seguro; y aún hoy puedo oír su eco "cliiiic, cliiiic, cliiiiic" en mi cabeza. Y no bajé al estanco.

Pero como pude constatar al día siguiente había elegido, para bien o para mal, el peor día para dejar de fumar. Ese domingo mi hermano y yo nos íbamos a Igualada, a casa de un amigo y su pareja. Fumadores empedernidos, encerrados en su bunker, tuve que respirar su humo.
Tanto peor fue cuando al final del día fuimos a visitar a los padres, que son como parte de la familia, y si el colega fuma como un condenado, se me hace inenarrable lo que llegan a fumar los padres. Al final del día, de mi primer día "sin humos" me vi rodeada de una neblina espesa que me hacía picar los ojos, toser y hasta marearme. Creedme si entiendo lo que puede llegar a sentir un no-fumador... El caso, es que ante esta prueba de rigor salí victoriosa y apestando a tabaco. Pero no me acerqué a un solo cigarro cuanto menos en un sentido metafórico porque como digo estuve rodeada de cientos de ellos todo el día...

Un tercer aspecto en este proceso de desintoxicación, contagiada por el espíritu del archifamoso [propaganda] "Es fácil dejar de fumar, si sabes como" de Allen Carr, es que intento disfrutar de mis pequeños éxitos y, en consecuencia, de mi propio proceso. Este sábado pasado hubieron dos ocasiones en las que me pidieron fuego y no creo que os llegue la sensación de alegría y libertad que me proporcionó el poder responder "lo siento, pero no fumo". Bien, aclaro que el "lo siento" es mera cortesía porque realmente no lo siento ni un ápice; al contrario, me siento orgullosa y satisfecha de mi nueva opción de no fumar. Pero como os decía, la sensación de saberse libre es indescriptible. Realmente han desaparecido esos barrotes de papel rellenos de tabaco, alquitrán y nicotina. Me viene el recuerdo de su olor característico y me provoca verdadero rechazo. He conseguido romper esos barrotes de papel, aparentemente débiles, engañadamente fuertes como el hierro macizo, realmente inexistentes. Y es que el autor del best-seller tiene razón: el tabaco no es quien nos incita a fumar, sino nosotros mismos, nuestras asociaciones y hábitos con el tabaco. Dicho esto, debo aclarar que sólo me he leído la introducción y el primer capítulo del libro y parece muy interesante, pero prefiero reservarme sus páginas sugestivas para momentos de verdadera debilidad.

Por último, estos días vengo cavilando sobre los pasos que superé la anterior vez que dejé de fumar. A fin de cuentas, como digo, esta es la única ventaja de ser reincidente, que sabes más, porque el ex-fumador, sean las veces que haya vuelto, dejado, empezado, finalizado, intentado..., siempre es novato. Así pues, recuerdo perfectamente que mi proceso de desintoxicación pasó por tres fases:
  1. Desconexión de hábitos: primeras dos semanas.
  2. Puro nervio: tercera y cuarta semana con mono absoluto que canalicé en formato forward (forma acelerada de ver una película).
  3. Desintoxicación física: tu cuerpo es cuando toma la revancha y decide sacar toda la mierda acumulada (mucosidades varias, toses, dolores de garganta, y un largo etcétera para limpiarse y purificarse).
Hasta aquí llegué la última vez, pero a esto faltaría añadir una completa desintoxicación mental para eliminar todas las trampas que la mente va proporcionando generosamente, y una de las cuales me hizo volver a empezar. Esta nota está gravada a fuego en mi cabeza... ¬¬

En fin... los que aún sois fumadores y os creéis felices en vuestra agonía, no seáis cabrones y no me echéis el humo a la cara porque a parte del mal gusto que ese gesto despierta es de mala educación. Muy mala :)

jueves, 17 de enero de 2008

Cuento ficticio

Enrique y Ana se conocieron una víspera de reyes, en una oscura tarde de invierno, hace un año. La relación entre Enrique y Ana siempre fue curiosa y, como tal, terminó de una forma curiosa. Pero es justo empezar la casa por los cimientos y seguir un orden natural de las cosas...
Era un cinco de enero, víspera del cumpleaños de Enrique. Hacía aproximadamente seis meses que contactó a Ana por medio de una afición que nunca les fue común. En nuestros tiempos Internet tiene la particularidad de incidir en la vida de las personas de una forma cuanto menos curiosa. Los mensajes que se habían intercambiado a lo largo de estos meses eran familiares y confidentes. Jamás intercambiaron una palabra más allá de lo que se podía esperar de una amistad.
Aquella tarde era especialmente oscura; pese al invierno no hacía frío y se podía pasear tranquilamente por la calle sin la urgencia de refugiarse en el primer bar para entrar en calor con un café o cualquier sucedáneo caliente.
Ambos estaban nerviosos pues era el primer encuentro entre ellos y este tipo de eventos siempre generan un interminable sinfín de pensamientos: ¿vendrá?, ¿nos reconoceremos?, no me acuerdo bien de la foto que me envió..., ¿habré entendido bien el sitio donde hemos quedado?, etc. Finalmente, todas las cavilaciones quedaron suspendidas cuando se reconocieron; no así pasó con los nervios aunque estos ahora eran de otro tipo. El primer pensamiento de Enrique cruzó raudo su frente: "¡Qué guapa! Mucho más que en la foto que me envió".
Después de cruzar un tímido saludo, Ana se apresuró a expresar que ella era muy tímida y que no solía hablar mucho. Curiosamente, este planteamiento dio lugar a una conversación en la que Ana intervino dinámica y activamente, quizás movida por la vergüenza, quizás movida por la sensación de comodidad junto a Enrique.
Tras un paseo por las entuertas calles de Ciutat Vella, Enrique y Ana se apearon en un local con personalidad propia, como la mayoría que suele haber en el barrio Gótico de Barcelona, uno de los rincones más emblemáticos de la Ciudad Condal. Si frecuentemente el local estaba lleno, la particularidad de aquel día hizo que pudieran disponer de una mesa en los bancos de la pared. Allí continuaron con una cada vez más animada charla sobre sus respectivos pasados, profesiones, expectativas en la vida...
La tarde pasó y cayó la noche, y las horas se sucedieron rápidamente. Es en estos momentos cuando no puedes evitar preguntarte si realmente un segundo transcurre en un segundo o en décimas de segundo: estaban cerrando; y sin ánimo de abandonar aquella cita que estaba resultando tan entrañable, pasearon por el Port Vell y cercanías. Ya habían adquirido una familiaridad digna de aquellos que conservan amistades ancestrales. Reían y jugaban como si se conocieran de toda la vida, como si fuera una fase natural en cualquier primera cita... al menos en su primera cita.

Al día siguiente y los que se sucedieron, Enrique y Ana mantuvieron el contacto y al cabo de quince días decidieron repetir la experiencia. Esta vez Enrique debía comprarse un portátil y pidió consejo a Ana, pues era una profesional del tema. Se acercaron a las tiendas más populares del centro y rápidamente dispusieron la compra. Después pasearon, fueron a una sesión golfa, y disfrutaron como el primer día.
Sin saber muy bien el momento exacto, se había plantado una semilla que no tardaría en germinar en la más hermosa de las rosas: roja, apasionada, tierna... aunque desesperadamente dolorosa.
Fue así como una semana más tarde, en la fiesta de un amigo de Enrique, se besaron. En el contacto del primer beso se arremolinaron infinitas sensaciones; el mundo desapareció bajo sus pies y a su alrededor; la música dejó de sonar; y de no se sabe bien bien donde aparecieron un coro de ángeles entonando unas alabanzas de amor. El beso fue breve pero intenso, cálido, amoroso. Y le sucedieron más, suaves, apasionados...
***
El humo ascendía ingrávido hacia el techo. Ese era el último cigarro que Enrique fumaba. Hacía tres días que no sabía nada de Ana y ya había comprendido que jamás tendría noticias. La noche anterior le envió un último sms inocente del que jamás obtuvo respuesta. Se había acostumbrado al silencio y ya no le molestaba; conocía lo suficientemente bien a Ana como para saber lo que estaba sucediendo en su cabeza. Sin embargo, aquel era su último cigarro pues Enrique había decidido dejar de fumar. La faz de la tierra se había tragado a Ana y este, como cualquier otro, era un buen momento para iniciar un cambio.A Enrique siempre le parecieron curiosas las formas que el humo de un cigarro podía construir, agitado por las suaves brisas que se pueden derivar de un movimiento. Y a Enrique siempre le fascinó la ansiedad juguetona del humo de un cigarro, y como otras tantas veces anteriormente ese vaivén azaroso le introdujo en sus recuerdos.

La relación nunca fue perfecta, mas al contrario estuvo llena de tortuosos desentendimientos, disputas exasperantes, desencuentros desafortunados... Sin embargo, para Enrique siempre existía un rumor
de fondo cargado de paz. Detrás de cada grito palpitaba el amor y a su memoria siempre acudía una imagen reiterativa en la que Enrique y Ana juntaban tiernamente sus frentes, sus narices y finalmente sus labios. El tiempo parecía detenerse en esos instantes y como si fuera una película a cámara lenta, Enrique y Ana se besaban siempre cálidamente. Después, las manos se enredaban en el pelo para acabar deslizándose por las mejillas y posándose en el cuello. Enrique sentía en el recuerdo el amor de esos momentos.
Pero Ana se había ido.

***
La última conversación fue bastante desconcertante para Enrique. Aquel día salía del trabajo a las 22:30 horas y hasta las 23:15 aproximadamente no llegaba a casa. Había sido un día especialmente agotador y tenía hambre como si no hubiera comido en semanas. En la portería sintió el pálpito de que Ana la estaba esperando en el messenger y rezó para que no fuera así, pues se sentía muy débil y cansado.
Como no podía ser de otra manera, Ana estaba ahí, tras la pantalla; últimamente el messenger se había convertido en el lugar de encuentro para Enrique y Ana. Y como no podía ser de otra manera iniciaron una conversación ardua, difícil, a trompicones.
Hacía dos noches Ana rebasó un límite que ninguna persona debiera jamás rebasar, privando de libertad a Enrique, ajena al diálogo, cerrada a cualquier argumento que la obligara a reflexionar sobre lo impositivo de sus conclusiones. Implacable colgó el teléfono, como otras tantas veces anteriormente, en un arrebato de ira, pero esta vez habían muchas diferencias, pequeños matices que evidenciaban una diferente resolución. Nada volvería a ser como antes.
La conversación fue larga y extenuante y pronto se hizo demasiado tarde. Ana debía madrugar al día siguiente y le pidió a Enrique continuar en otro momento.
- No, no me molesta.- contestó Enrique, consciente de la situación de Ana.
Cuando ya se despidieron, Ana se inspiró y como si hubiera encontrado la luz a un mundo de tinieblas hizo la pregunta clave, la pieza del puzzle para acabar de atar el paisaje de su cabeza. Enrique le había argumentado que si Ana no retomaba una actitud más dialogante, más abierta, sería difícil continuar con la relación. Aniquilar la comunicación, la búsqueda conjunta de soluciones ante los problemas, ante las diferencias, es como aniquilar los cimientos de un edificio. Cualquier arquitecto sabe que en estas circunstancias el edificio está condenado a hundirse y perderse en las profundades de la tierra.
- Entonces para ti, Enrique, ¿cómo estamos ahora?- preguntó Ana.
Tras unos segundos, quizás minutos (horas si nos fijamos en las sensaciones de Enrique y Ana), Enrique intentó expresar algo que acabó resultando fulminante, pero claro esto es fácil decirlo tras la cortina de humo de su último cigarro, pasados los días, sabedor de las consecuencias, y tras haber atado cabos; porque Enrique siempre comprendió la extraña orma de pensar de Ana.
- Resulta una pregunta fuera de lugar en tanto que aún no sé qué es lo que tienes que decir tú. Hasta ahora he hablado desde mi perspectiva y desde ella, si no retomas otra actitud, la relación se hace inviable. Pero insisto en que falta tu opinión antes de tomar una decisión definitiva...
- Comprendo.- resolvió escuetamente Ana -Entonces, ¿no te importa que hoy no sigamos?
- No, no me importa.
Finalmente se despidieron y, conscientemente una, inconscientemente el otro, separaron sus caminos. Al frente ya no existía el mismo paisaje, árido y montañoso para Ana; salvaje e incierto para Enrique. Claro que en aquel entonces, a la 1:30 de la madrugada de un miércoles a un jueves, Enrique no podía sospechar que Ana se estaba despidiendo definitivamente. Sin embargo y sin darse cuenta, su corazón había dejado de latir.

***
Había pasado un año desde que se conocieron y Enrique y Ana decidieron celebrarlo. No se trataba de una celebración en el más sentido estricto de la palabra; era una celebración íntima, diaria, para compartir una fecha especial. Se reunieron por la tarde en el C.C. de las Glorias, un centro desapasionante por onotonomasia, pero que a Ana le gustaba. Ana le había regalado a Enrique unas entradas para "La Plaça del Diamant" de Mercè Rodoreda en el TNC por motivo de su cumpleaños, así que la ocasión animaba a complacer a Ana y fueron al centro comercial. Tomaron unos refrescos en una terraza que sellaron con tiernos besos. Cenaron en un chino que les gustaba a ambos, entre caricias, besos, amor. Y fueron al teatro.
La verdad es que intentar describir la armonía de cada uno de los momentos que se fueron sucediendo en aquella noche mágica se hace difícil si no imposible. La belleza indescriptible de paz y amor entre Enrique y Ana pierde su fuerza al intentar verbalizarla. Sí, se amaron sin reparos, sin barreras, sin consesiones... Un amor que traspasa las barreras de lo carnal, que va más allá y queda tan cerca como el simple hecho de apollar la cabeza en el hombro de un ser querido. Enrique jamás se había sentido tan unido a Ana como aquel día, un día nada espectacular en el que celebraban de una forma cotidiana un día especial.

Cuando acabó la obra, pasearon largo y tendido por Barcelona. Bajaron por la calle Marina para recorrer después la Barceloneta, el Port Vell y subir por las Ramblas hasta Plaza Cataluña. Charlaron como cualquier día, rieron, jugaron; se abrazaron, besaron y acariciaron en cada palmera; y volaron libres por el cielo oscuro de invierno como gaviotas. Sus almas se reían traviesas, unidas, selladas. Y de nuevo el tiempo pasó y les robaron los minutos y las horas.
Se despidieron hasta el día siguiente.

***
¿En qué momento murió el amor?Han pasado 7 días desde que Enrique y Ana convenieron dejar la conversación para otro momento. Enrique lleva 105 horas sin fumar. Ana se levanta triste por las mañanas porque quisiera poderle explicar a Enrique... pero ella cree que es demasiado tarde para reconocer el error, y el orgullo demasiado grande para dejar florecer el arrepentimiento. ¿Quién osa pedir perdón?
Han pasado 11 días desde que Enrique y Ana se amaron sin recelos por última vez.

Hace unos días Enrique y Ana se amaron; ahora sólo queda silencio...

miércoles, 16 de enero de 2008

Maus: ¿Relato de un superviviente?

La verdad es que fue el subtítulo del libro lo que me llevó a un planteamiento interesante. Maus es la historia de una relación entre padre, superviviente del holocausto nazi, e hijo; una conmocionante reflexión sobre el contraste de Art entre la admiración por lo vivido por Vladek y el enfrentamiento generacional (la experiencia de sobrevivir a un campo de concentración no sólo afectó, según parece, a Vladek sino también a su hijo) a través de una larga conversación entre ambos. Sin embargo, Maus es también la historia de tres mujeres “silenciosas” (Anja, Mala y Françoise) que cambian la historia.
El motivo que impulsó a Anja al suicidio después de haber sobrevivido a aquel horror es algo que no podremos saber nunca, como tampoco sabremos qué vivió Mala en aquel horror. Esta fue una inquietud que me acompañó a lo largo de toda la lectura del comic: ¿por qué el silencio de las voces femeninas?
Resulta espeluznante el espacio intersubjetivo prácticamente nulo para ellas. Una vez más, condenadas al silencio, las páginas que más abundan en la red nos hablan de lo que sucedían en los barracones de hombres, y con suerte generalizan a ambos sexos. Sin embargo, cabe constancia que hombres, mujeres y niños eran separados en los campos de concentración. Sólo unas docenas de páginas (¡¡DOCENAS, poco más!!) corroboraban ese silencio. ¿Con qué finalidad?

La cultura de la guerra obedece a una actitud de golpes y respuestas que se pretenden iguales y contrarios hasta que una de las partes gane. Una actitud que se originó en las Cruzadas y que se mantiene en la mentalidad (o psicología colectiva) que pretende que: “En la guerra como en el amor todo se vale” y que “el enemigo es el otro”. Frente a estos dos supuestos, el feminismo responde recordando a las mujeres y los hombres que las mujeres, las y los pobres, las y los extranjeros, las y los niños siempre hemos sido el otro para el grupo de hombres en el poder. Y también proponiendo una visión del amor que no corresponde a la lucha por la posesión del otro; equiparar el amor a la guerra es parte de la construcción de la lógica que lleva al menosprecio de la vida concreta de las personas.
Comunicación e información de la mujer

A lo largo y ancho del planeta son numerosas las ocasiones en los que, según las culturas o los sexos, los adultos están más o menos cerca. En este sentido, por ejemplo, se otorga a mujeres u otros grupos sociales grados de inferioridad en cuanto a racionalidad, acercándolos a la animalidad (en Maus el autor dibuja los personajes como animales antropomórficos lo que, a parte de querer diferenciar los pueblos, puede tener connotaciones en este sentido: ¿acaso la humanidad no se animaliza con este tipo de prácticas intersubjetivas?).

Hoy en día, la sociedad moderna occidental parece seguir sumergida en el sexismo, el androcentrismo y el patriarcado. Las prácticas violentas siguen resonando en nuestros estados modernos, y la guerra constituye aún la única realidad para los dirigentes a la hora de controlar el mundo. La voz feminista (¡¡OJO!!, no de las mujeres), pacifista, acontece el opuesto al “orden” establecido en su continua lucha por la justicia, la igualdad y la paz (valores, por cierto, sometidos también al silencio por considerarse ¿pasados de moda?). La técnica al servicio del poder parece consistir en el silencio de estas voces con la finalidad, como veíamos más arriba, de arrancar de la memoria social el sufrimiento que las mujeres padecieron en Ravensbrük, único campo de concentración reservado para ellas. Sin embargo, hoy nos consta que tanto italianas, como alemanas y austriacas se enfrentaron al nazismo desde posiciones pacifistas, resultando la muerte para muchas de ellas en los campos de concentración nazis. Sí, definitivamente Anja y Mala son la encarnación de la voz del silencio femenino en el nazismo. Por ellas, 4 minutos de silencio.
Realmente la deshumanización en los campos de concentración fue absoluta. Los campos constituían una forma industrializada de asesinato en la que las víctimas eran sólo una materia prima (ni siquiera animales) empleados para conseguir un producto final “social”. Los procedimientos que seguían los SS sobre los reclusos creaban confusión, miedo y deshumanización. El hambre, la humillación, la anonimidad, la violación de la intimidad, las vejaciones, los castigos y la intimidación, los privilegios de algunos reclusos, el ambiente degradante del entorno y la continua amenaza de muerte eran las herramientas para minimizar la personalidad de los internos y romper la solidaridad entre éstos. Todas ellas constituían formas de crear sumisión y conformidad, en definitiva, obediencia a la autoridad. La impotencia para resistir se reafirmaba con la esperanza de que todo acabara pronto.
Si entendemos las relaciones de poder desde una perspectiva reticular, no cabe concluir otra cosa que no sea que tanto los dirigentes nazis, como el pueblo alemán (polaco, francés…) y los judíos (así como los otros grupos minoritarios reclusos), desde su capacidad agéntica, contribuyeron a que las prácticas o relaciones de poder se establecieran de la forma en que se hizo. Nosotros, como “expectantes”, entramos en la misma suerte de responsabilidad a la hora de contribuir en mantener la memoria colectiva, en escuchar las voces de los condenados, en reflexionar sobre lo sucedido para evitar que vuelva a suceder. Nuestra responsabilidad reside en no virar la vista hacia otro lado.
Entendiendo por normalización, en términos foucaultianos, el conjunto de jerarquías y normas establecidas dentro de un grupo determinado, pensamos la dicotomía normal-anormal a partir de los discursos que construyen los objetos, así como de las prácticas institucionales y las relaciones de poder que les dan el significado. De esta forma, la “normalización” comporta una asimilación con deseable y corriente. Las condiciones de aceptabilidad y las normas de intervención se insertan en los valores, tradiciones y creencias del sistema social.
Desde esta perspectiva, los dirigentes nazis, con Hitler a la cabeza, diseñan tal número de técnicas que finalmente parece incuestionable lo que es bueno y lo que no lo es, constituyendo una explicación que participa en la explicación de la actitud del pueblo civil (recordemos que a los judíos como a otros grupos minoritarios les fue negada su condición de “civil”).
De nuevo, poder y resistencia constituyen las dos formas intersubjetivas para construir esta “normalización”. Y cuando miramos hacia atrás, la pregunta clave consiste en plantearse donde residió la resistencia . Ciertamente, dirigentes, pueblo civil y judíos “trabajaron” al unísono en el marco social nazionalista, cada uno con sus propias motivaciones (los primeros movidos por su antisemitismo, los segundos conmocionados por su aspiración en ser deseable y corriente, y los últimos esperanzados en su fe y el final tempranero). Llegados a este punto, el elemento clave al que apelamos para no recaer en estos atentados no puede ser otro, a parte de reforzar la memoria colectiva, que el de la práctica reflexiva. Lo uno sin lo otro, no hace sino reproducir la historia una y otra vez (podríamos repasar los acontecimientos del siglo XXI en manos de potencias civilizadas).
Por un lado, la práctica reflexiva nos permite cuestionarnos la verdad que a menudo se instala en nuestros hogares, pocas veces puesta en duda, constituyendo la realidad única y absoluta. Por otro lado, esta práctica acontece como un mecanismo para el aprendizaje y la aprehensión de aquellas situaciones que sólo mediante la experiencia permiten asumir competencias a los aprendiendos. Así, el propósito último de cuestionarse los fenómenos sociales y las propias acciones de si mismo reside en abrir posibilidades al cambio.
No obstante, si de por sí las crueldades que recibieron los reclusos en los campos de concentración hielan la sangre, mayores crueldades recibieron las víctimas de los experimentos realizados por los médicos de las SS, especialmente mujeres y niños, como queda reflejado en estos fragmentos en una correspondencia que mantenía BAYER con el comandante del campo de Auschwitz:

"Le agradecemos mucho, señor, ponga a nuestra disposición un cierto número de mujeres para una serie de experiencias que nos disponemos a realizar con un nuevo narcótico... Acusamos recibo de su respuesta. Sin embargo, consideramos exagerado el precio de 200 marcos por una mujer. No podemos ofrecerle más de 170 marcos por cabeza. Si está usted de acuerdo, iremos a buscarlas. Necesitamos aproximadamente ciento cincuenta mujeres (...) Hemos recibido el envío de las 160 mujeres. A pesar de que todas ellas estaban en un estado de extrema debilidad, creemos que pueden servirnos. Le informaremos del desarrollo de las experiencias (...) Hemos realizado las experiencias. Todas las personas enviadas han muerto. Próximamente nos dirigiremos a usted para un próximo envío."[Extraído de: Artehistoria].

Los experimentos que se realizaban a las mujeres de Ravensbrük eran de dos tipos: 1) para comprobar la eficacia de las drogas sulfamidas y 2) estudiar los procesos de regeneración de huesos, músculos y nervios, así como las posibilidades de transplante de huesos de un sujeto a otro.
Para el primer grupo de estudio, se hería los miembros de una reclusa y se infectaba con bacterias víricas. Después se le suministraba la droga para estudiar el efecto. El dolor, la muerte o las lesiones permanentes son los resultados de este tipo de experimentos. Para el segundo grupo de estudio, diseccionaban un miembro de alguna recluta, se hacían injertos, etc. Los resultados de este tipo de experimentos fueron un dolor insufrible, y la invalidez permanente, si no la muerte. Para ver una explicación más elaborada de estos experimentos clica aquí.

Por otro lado, en los campos de concentración se construyeron burdeles con la finalidad de mantener la moral de los trabajadores forzados en la producción armamentística y para evitar la propagación de la homosexualidad. Las presas obligadas a prostituirse eran en su mayoría alemanas “asociales” y procedían del campo de mujeres de Ravensbrück. Los nazis consideraron “asociales” a mujeres que simplemente cambiaban con frecuencia de trabajo o llamaban la atención por su estilo de vida. Más tarde, en esta categoría de “asocial” se incluyeron mendigos y prostitutas.
Parece ser que el silencio al respecto de las prácticas de prostitución dentro de los campos de concentración va asociada al discurso del “ya se dedicaban a ello antes de ser internadas”, poco inadmisible ante la gravedad que se plantea. Documentos de la “administración sanitaria” de los campos describen el pésimo estado físico de estas mujeres antes de ser devueltas a Ravensbrück, donde se les practicaron abortos y fueron víctimas de experimentos médicos sobre enfermedades de transmisión sexual. Muchas de las mujeres que consiguieron sobrevivir a los campos de concentración ocultaron su experiencia como esclavas sexuales.

Neus Català, catalana y de la Resistencia, es otro de los testimonios que sobrevivió a las aberraciones que se vivió en Ravensbrük y sus consecuencias. Sobre ella corresponde el artículo que da nombre a este apartado y que recomendamos su lectura, así como una página web con el testimonio de diversas mujeres Resistentes.
Por último y para cerrar este estudio consideramos interesante poner nombres a aquellos números de identificación dentro de Ravensbrük, pese a que somos conscientes de que la lista presentada es ínfima en comparación con el número de víctimas en el campo:
Stanisława Czajkowska
Alfreda Prus
Władysława Karolewska
Helena Hegier
Alicja Jurkowska
Jadwiga Dzido
Aniela Okoniewska
Anna Sienkiewicz
Barbara Pietrzyk
Barbara Pytlewska
Bogumiła Bąbińska
Czesława Kostecka
Genowefa Kluczek
Halina Piotrowska
Helena Piasecka
Irena Backiel
Izabela Rek
Jadwiga Bielska
Jadwiga Gisges
Jadwiga Kamińska
Janina Iwańska
Janina Marciniak
Janina Marczewska
Joanna Szydłowska
Krystyna Czyż
Krystyna Dąbska
Leokadia Kwiecińska
Maria Broel Plater
Maria Cabaj
Maria Grabowska
Maria Karczmarz
Maria Kuśmierczuk
Maria Pietrzyk
Pelagia Maćkowska
Stanislawa Michalik
Stanislawa Młodkowska
Stanisława Śledziejowska
Stefania Łotocka
Stanisława Sieklucka
Wanda Kulczyk
Wanda Wojtasik
Wacława Andrzejak
Weronika Szuksztul
Władysława Marczewska
Wojciecha Buraczyńska
Zofia Baj
Zofia Hoszowska
Zofia Kawińska
Zofia Kormańska
Zofia Modrowska
Zofia Sokulska
Zofia Stefaniak
Irena Krawczyk
Janina Mitura
Stanisława Jabłońska
Zofia Kiecol
Urszula Karwacka