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miércoles, 16 de enero de 2008

Maus: ¿Relato de un superviviente?

La verdad es que fue el subtítulo del libro lo que me llevó a un planteamiento interesante. Maus es la historia de una relación entre padre, superviviente del holocausto nazi, e hijo; una conmocionante reflexión sobre el contraste de Art entre la admiración por lo vivido por Vladek y el enfrentamiento generacional (la experiencia de sobrevivir a un campo de concentración no sólo afectó, según parece, a Vladek sino también a su hijo) a través de una larga conversación entre ambos. Sin embargo, Maus es también la historia de tres mujeres “silenciosas” (Anja, Mala y Françoise) que cambian la historia.
El motivo que impulsó a Anja al suicidio después de haber sobrevivido a aquel horror es algo que no podremos saber nunca, como tampoco sabremos qué vivió Mala en aquel horror. Esta fue una inquietud que me acompañó a lo largo de toda la lectura del comic: ¿por qué el silencio de las voces femeninas?
Resulta espeluznante el espacio intersubjetivo prácticamente nulo para ellas. Una vez más, condenadas al silencio, las páginas que más abundan en la red nos hablan de lo que sucedían en los barracones de hombres, y con suerte generalizan a ambos sexos. Sin embargo, cabe constancia que hombres, mujeres y niños eran separados en los campos de concentración. Sólo unas docenas de páginas (¡¡DOCENAS, poco más!!) corroboraban ese silencio. ¿Con qué finalidad?

La cultura de la guerra obedece a una actitud de golpes y respuestas que se pretenden iguales y contrarios hasta que una de las partes gane. Una actitud que se originó en las Cruzadas y que se mantiene en la mentalidad (o psicología colectiva) que pretende que: “En la guerra como en el amor todo se vale” y que “el enemigo es el otro”. Frente a estos dos supuestos, el feminismo responde recordando a las mujeres y los hombres que las mujeres, las y los pobres, las y los extranjeros, las y los niños siempre hemos sido el otro para el grupo de hombres en el poder. Y también proponiendo una visión del amor que no corresponde a la lucha por la posesión del otro; equiparar el amor a la guerra es parte de la construcción de la lógica que lleva al menosprecio de la vida concreta de las personas.
Comunicación e información de la mujer

A lo largo y ancho del planeta son numerosas las ocasiones en los que, según las culturas o los sexos, los adultos están más o menos cerca. En este sentido, por ejemplo, se otorga a mujeres u otros grupos sociales grados de inferioridad en cuanto a racionalidad, acercándolos a la animalidad (en Maus el autor dibuja los personajes como animales antropomórficos lo que, a parte de querer diferenciar los pueblos, puede tener connotaciones en este sentido: ¿acaso la humanidad no se animaliza con este tipo de prácticas intersubjetivas?).

Hoy en día, la sociedad moderna occidental parece seguir sumergida en el sexismo, el androcentrismo y el patriarcado. Las prácticas violentas siguen resonando en nuestros estados modernos, y la guerra constituye aún la única realidad para los dirigentes a la hora de controlar el mundo. La voz feminista (¡¡OJO!!, no de las mujeres), pacifista, acontece el opuesto al “orden” establecido en su continua lucha por la justicia, la igualdad y la paz (valores, por cierto, sometidos también al silencio por considerarse ¿pasados de moda?). La técnica al servicio del poder parece consistir en el silencio de estas voces con la finalidad, como veíamos más arriba, de arrancar de la memoria social el sufrimiento que las mujeres padecieron en Ravensbrük, único campo de concentración reservado para ellas. Sin embargo, hoy nos consta que tanto italianas, como alemanas y austriacas se enfrentaron al nazismo desde posiciones pacifistas, resultando la muerte para muchas de ellas en los campos de concentración nazis. Sí, definitivamente Anja y Mala son la encarnación de la voz del silencio femenino en el nazismo. Por ellas, 4 minutos de silencio.
Realmente la deshumanización en los campos de concentración fue absoluta. Los campos constituían una forma industrializada de asesinato en la que las víctimas eran sólo una materia prima (ni siquiera animales) empleados para conseguir un producto final “social”. Los procedimientos que seguían los SS sobre los reclusos creaban confusión, miedo y deshumanización. El hambre, la humillación, la anonimidad, la violación de la intimidad, las vejaciones, los castigos y la intimidación, los privilegios de algunos reclusos, el ambiente degradante del entorno y la continua amenaza de muerte eran las herramientas para minimizar la personalidad de los internos y romper la solidaridad entre éstos. Todas ellas constituían formas de crear sumisión y conformidad, en definitiva, obediencia a la autoridad. La impotencia para resistir se reafirmaba con la esperanza de que todo acabara pronto.
Si entendemos las relaciones de poder desde una perspectiva reticular, no cabe concluir otra cosa que no sea que tanto los dirigentes nazis, como el pueblo alemán (polaco, francés…) y los judíos (así como los otros grupos minoritarios reclusos), desde su capacidad agéntica, contribuyeron a que las prácticas o relaciones de poder se establecieran de la forma en que se hizo. Nosotros, como “expectantes”, entramos en la misma suerte de responsabilidad a la hora de contribuir en mantener la memoria colectiva, en escuchar las voces de los condenados, en reflexionar sobre lo sucedido para evitar que vuelva a suceder. Nuestra responsabilidad reside en no virar la vista hacia otro lado.
Entendiendo por normalización, en términos foucaultianos, el conjunto de jerarquías y normas establecidas dentro de un grupo determinado, pensamos la dicotomía normal-anormal a partir de los discursos que construyen los objetos, así como de las prácticas institucionales y las relaciones de poder que les dan el significado. De esta forma, la “normalización” comporta una asimilación con deseable y corriente. Las condiciones de aceptabilidad y las normas de intervención se insertan en los valores, tradiciones y creencias del sistema social.
Desde esta perspectiva, los dirigentes nazis, con Hitler a la cabeza, diseñan tal número de técnicas que finalmente parece incuestionable lo que es bueno y lo que no lo es, constituyendo una explicación que participa en la explicación de la actitud del pueblo civil (recordemos que a los judíos como a otros grupos minoritarios les fue negada su condición de “civil”).
De nuevo, poder y resistencia constituyen las dos formas intersubjetivas para construir esta “normalización”. Y cuando miramos hacia atrás, la pregunta clave consiste en plantearse donde residió la resistencia . Ciertamente, dirigentes, pueblo civil y judíos “trabajaron” al unísono en el marco social nazionalista, cada uno con sus propias motivaciones (los primeros movidos por su antisemitismo, los segundos conmocionados por su aspiración en ser deseable y corriente, y los últimos esperanzados en su fe y el final tempranero). Llegados a este punto, el elemento clave al que apelamos para no recaer en estos atentados no puede ser otro, a parte de reforzar la memoria colectiva, que el de la práctica reflexiva. Lo uno sin lo otro, no hace sino reproducir la historia una y otra vez (podríamos repasar los acontecimientos del siglo XXI en manos de potencias civilizadas).
Por un lado, la práctica reflexiva nos permite cuestionarnos la verdad que a menudo se instala en nuestros hogares, pocas veces puesta en duda, constituyendo la realidad única y absoluta. Por otro lado, esta práctica acontece como un mecanismo para el aprendizaje y la aprehensión de aquellas situaciones que sólo mediante la experiencia permiten asumir competencias a los aprendiendos. Así, el propósito último de cuestionarse los fenómenos sociales y las propias acciones de si mismo reside en abrir posibilidades al cambio.
No obstante, si de por sí las crueldades que recibieron los reclusos en los campos de concentración hielan la sangre, mayores crueldades recibieron las víctimas de los experimentos realizados por los médicos de las SS, especialmente mujeres y niños, como queda reflejado en estos fragmentos en una correspondencia que mantenía BAYER con el comandante del campo de Auschwitz:

"Le agradecemos mucho, señor, ponga a nuestra disposición un cierto número de mujeres para una serie de experiencias que nos disponemos a realizar con un nuevo narcótico... Acusamos recibo de su respuesta. Sin embargo, consideramos exagerado el precio de 200 marcos por una mujer. No podemos ofrecerle más de 170 marcos por cabeza. Si está usted de acuerdo, iremos a buscarlas. Necesitamos aproximadamente ciento cincuenta mujeres (...) Hemos recibido el envío de las 160 mujeres. A pesar de que todas ellas estaban en un estado de extrema debilidad, creemos que pueden servirnos. Le informaremos del desarrollo de las experiencias (...) Hemos realizado las experiencias. Todas las personas enviadas han muerto. Próximamente nos dirigiremos a usted para un próximo envío."[Extraído de: Artehistoria].

Los experimentos que se realizaban a las mujeres de Ravensbrük eran de dos tipos: 1) para comprobar la eficacia de las drogas sulfamidas y 2) estudiar los procesos de regeneración de huesos, músculos y nervios, así como las posibilidades de transplante de huesos de un sujeto a otro.
Para el primer grupo de estudio, se hería los miembros de una reclusa y se infectaba con bacterias víricas. Después se le suministraba la droga para estudiar el efecto. El dolor, la muerte o las lesiones permanentes son los resultados de este tipo de experimentos. Para el segundo grupo de estudio, diseccionaban un miembro de alguna recluta, se hacían injertos, etc. Los resultados de este tipo de experimentos fueron un dolor insufrible, y la invalidez permanente, si no la muerte. Para ver una explicación más elaborada de estos experimentos clica aquí.

Por otro lado, en los campos de concentración se construyeron burdeles con la finalidad de mantener la moral de los trabajadores forzados en la producción armamentística y para evitar la propagación de la homosexualidad. Las presas obligadas a prostituirse eran en su mayoría alemanas “asociales” y procedían del campo de mujeres de Ravensbrück. Los nazis consideraron “asociales” a mujeres que simplemente cambiaban con frecuencia de trabajo o llamaban la atención por su estilo de vida. Más tarde, en esta categoría de “asocial” se incluyeron mendigos y prostitutas.
Parece ser que el silencio al respecto de las prácticas de prostitución dentro de los campos de concentración va asociada al discurso del “ya se dedicaban a ello antes de ser internadas”, poco inadmisible ante la gravedad que se plantea. Documentos de la “administración sanitaria” de los campos describen el pésimo estado físico de estas mujeres antes de ser devueltas a Ravensbrück, donde se les practicaron abortos y fueron víctimas de experimentos médicos sobre enfermedades de transmisión sexual. Muchas de las mujeres que consiguieron sobrevivir a los campos de concentración ocultaron su experiencia como esclavas sexuales.

Neus Català, catalana y de la Resistencia, es otro de los testimonios que sobrevivió a las aberraciones que se vivió en Ravensbrük y sus consecuencias. Sobre ella corresponde el artículo que da nombre a este apartado y que recomendamos su lectura, así como una página web con el testimonio de diversas mujeres Resistentes.
Por último y para cerrar este estudio consideramos interesante poner nombres a aquellos números de identificación dentro de Ravensbrük, pese a que somos conscientes de que la lista presentada es ínfima en comparación con el número de víctimas en el campo:
Stanisława Czajkowska
Alfreda Prus
Władysława Karolewska
Helena Hegier
Alicja Jurkowska
Jadwiga Dzido
Aniela Okoniewska
Anna Sienkiewicz
Barbara Pietrzyk
Barbara Pytlewska
Bogumiła Bąbińska
Czesława Kostecka
Genowefa Kluczek
Halina Piotrowska
Helena Piasecka
Irena Backiel
Izabela Rek
Jadwiga Bielska
Jadwiga Gisges
Jadwiga Kamińska
Janina Iwańska
Janina Marciniak
Janina Marczewska
Joanna Szydłowska
Krystyna Czyż
Krystyna Dąbska
Leokadia Kwiecińska
Maria Broel Plater
Maria Cabaj
Maria Grabowska
Maria Karczmarz
Maria Kuśmierczuk
Maria Pietrzyk
Pelagia Maćkowska
Stanislawa Michalik
Stanislawa Młodkowska
Stanisława Śledziejowska
Stefania Łotocka
Stanisława Sieklucka
Wanda Kulczyk
Wanda Wojtasik
Wacława Andrzejak
Weronika Szuksztul
Władysława Marczewska
Wojciecha Buraczyńska
Zofia Baj
Zofia Hoszowska
Zofia Kawińska
Zofia Kormańska
Zofia Modrowska
Zofia Sokulska
Zofia Stefaniak
Irena Krawczyk
Janina Mitura
Stanisława Jabłońska
Zofia Kiecol
Urszula Karwacka