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domingo, 14 de marzo de 2010

Del nacimiento

Me quedé dormido en el vientre de mi madre. Acurrucado en el calor, la paz, la tranquilidad de la inexistencia. No sufrí el paso a la vida. No sentí dolor. No lloré. Y una curiosidad me invadió todo mi ser. Fue entonces cuando la vi. La sentí cerca. Me enamoré. Y deseé tocarla y darle todo mi cariño.

Nacemos en el seno del amor. Y endurecemos nuestros corazones con el paso de los días en un mundo cada vez más hostil. Luchamos en una continua batalla del afecto contra los despechos de los que nos rodean.

Hoy me balanceo en un columpio pensando en ese amor tan grande que me hizo desear la vida y olvidar todo lo que mi madre me ofrecía en las paredes de su útero. Y me invade una fuerza renovada por balancearme más alto y culminar los cielos.

Y ella se balancea en el columpio junto al mío. Sé que es ella. Jamás he podido borrar de mis recuerdos aquellos ojos rasgados. Jamás he podido olvidar el recuerdo de su aroma intenso, de sabor metálico y dulce. Me sorprende mirándola y no puedo evitar esbozar una sonrisa plena de deseo. Un deseo puro y limpio como los cielos claros. Sé que me reconoce y noto su rubor en las mejillas.

Dueños de nuestros destinos jugamos las cartas que la vida nos ofrece en mano. Esgrimimos las estrategias más impensables para retorcer nuestro destino en nuestras manos. Jugamos a ser dioses y optamos por la victoria. Es entonces cuando la magia de la vida cobra todo su sentido y nos devuelve nuestros deseos más anhelados.

Dos almas unidas más allá de las fronteras del espacio y del tiempo. Quizás fue el destino, quizás fue dios, quizás fui yo. Hoy puedo abrazarla entre mis brazos y devolverle un trocito del calor de su futil fertilidad que el paso de los años ha borrado ya. A veces ríe, a veces llora. Y con su sonrisa llena todo mi corazón de una alegría indescriptible. Me siento dichoso a su lado. ¿Es esto lo que llaman felicidad?

Y viviremos en la eternidad del amor.

sábado, 13 de marzo de 2010

Vuelan

En la noche se borraron los recuerdos de aquel mal sabor de boca que me acompañaron en mis ensueños. Una urgencia imperiosa desde primeras horas de la mañana llamó a la puerta de casa. Nadie salió a recibirle, mas cuando desperté definitivamente por el sonido de los pajarillos posados en mi ventana supe que el sol hoy había venido a saludarnos. Y efusivamente.
No diré nada de los silencios guardados. No diré nada de los despechos brindados. Pero sí puedo decir que aunque la rueda del molino siga girando con ímpetu, las aguas son cristalinas y puras más allá de la tenue escarcha que cubre el paisaje. Detrás de las montañas las nubes han desaparecido hasta quién sabe cuando.
Y poco importa si aprieto los ojos y me concentro en el ahora. En un ligero sonido mi corazón grita de alegría. Y como un niño el día de reyes, me aferro a mi regalo y me niego a admitir que en unas cuantas horas comienza de nuevo la infructuosa carrera hacia la nada. ¡Qué más da si eso no importa! Soy el aquí y el ahora.
Y con la misma vitalidad con la que me ha recibido el nuevo día, lanzo un puñado de cartas al aire para quien las quiera coger. Son cartas vacías que deberán rellenarse con lo que uno más quiera. Buscando el anhelo en lo más profundo de sus pozos, algunos secos otros aun húmedos y fangosos de los tiempos que fueron.
¡¡Mirad como vuelan!!

viernes, 12 de marzo de 2010

Realidades

Miro a través de mi ventana virtual. Al final de los bytes puedo atisbar un ápice de tu vórtice. Te siento destruido, derrotado. Y sin pensarlo, pulso la secuencia de teclas que me llevan a darte el golpe final que debe dejarte definitivamente sin aliento. K.O.

El griterío del público cibernético irrumpe en el silencio de la sala dejando de fondo e crepitar del fuego en llamas. Deslizo la silla para apartarme de la mesa, escojo una de las múltiples botellas de agua que me sirven de compañía y doy un largo trago hasta sentirme inundada de oxígeno. Después, pierdo la mirada más allá de los cristales de mi ventana tangible.

Y sin embargo, ¿cuál es la real?

A través de ella visualizo un ligero pájaro que se acerca tímidamente a mi alféizar. Cierro los ojos tres veces intentando asegurarme de que no picotea el cristal para llamarme. Haciendo caso omiso de mi perplejidad, el pájaro desliza un sobre por debajo de la ventana. Es una carta sin remitente, puedo apreciar antes de hacer ningún ademán de cogerla.

Para cuando despierto de mi ensoñación el pájaro ya ha volado. Y sin embargo, la carta sigue allí. Aunque ahora dudo de si su presencia era anterior a la visita del ave.

Alargo la mano...
El fuego me chilla desde lo más profundo de su esencia.
Mis dedos rozan la carta...
Fuera azota el viento contra los árboles.
La cojo...
La acerco...
Y un aullido lejano rompe en mil pedazos lo que sujeto en mi mano, dejando miles de pedacitos de cristal esparcidos por el escritorio.

De aquella carta no quedó nada salvo el recuerdo incierto de lo que había pasado.

Mi ordenador emite un sonido estridente. Acaba de llegarme un correo electrónico. Despejando mi cabeza de los últimos acontecimientos, lo abro y lo leo. Es de mi buen amigo muerto. Es escueto, demasiado escueto...

En la carta encontrarás unas instrucciones para reunirte conmigo.

Tu ventana asoma desde la profundidad de una realidad virtual. Asomo mi nariz y veo que me estás invitando a otra partida. De acuerdo, parece que hoy quieres morir unas cuantas veces. Aceptar.