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sábado, 10 de mayo de 2008

La noche de las almas

Había una vez un barquito chiquitito.
Había una vez un barquito chiquitito.
Que no podía, que no podía,
que no podía navegar.

Cerca de allí un anciano, remos en mano, se adentraba en el lago. La niebla lo cubría todo hasta tal punto que en caso de estar allí difícilmente uno habría podido distinguir su propia mano delante de las narices. Las orillas se alejaban con cada brazada, lenta... muy lentamente, con gran cansancio. Finalmente, el viejo olisqueó algo en el aire y atisbando una sonrisa guardó los remos dentro de la barcaza. Ligeras ondas del agua la hacían mecer en un vaivén repetitivo, monótono.

La noche pasada había sido la noche de las ánimas. Las campanas aún tañían por ellas en el momento del alba. Un ligero rosado empezaba a asomarse en el horizonte, tras las casas... Desde el punto privilegiado de la colina los primeros rayos coronaban las puntas de la iglesia. Y unas palomas blancas alzaron el vuelo con el último tañer...

Sabía que se encontraba en el centro del lago porque no era la primera vez que se adentraba en la bruma del mismo. El lago, la soledad, era su refugio. Invisible a los ojos de la gente, ajeno a las actividades del día en la plaza, en las calles... El anciano y sus recuerdos desaparecían por horas del mundo para aparecer más tarde cuando el sol hiciera rato se hubiera ido a dormir.
Adentrarse en el lago era algo que el anciano gustaba de hacer cada vez más a menudo. A sus 79 años de edad había llegado a la conclusión de que él no era importante en el mundo. Ciertamente, el mundo seguía girando cuando él desaparecía... tan insignificante era. Todos sus sueños de juventud habían desaparecido, y la esperanza en la humanidad se había borrado por completo de su corazón. Sabía perfectamente que nadie le comprendía, y debía ser así: la gente era egoísta, encerrada en sus propias historias... El tejido social, la afabilidad de antaño, el cariño parecían haberse borrado hacía lustros. Su vida se había desmembrado desde la muerte de Luisa, una mujer de gran vitalidad y alegría ante la vida. Habían compartido tantos momentos... Todos los nervios de su cuerpo, las venas se habían desenlazado de su cuerpo como hilos sueltos... era un muerto en vida: ya no sentía.

Cerca de allí había un barquito chiquitito que no podía navegar... Era un barquito de papel, quieto, mudo, en el lago... ¿Quién lo había puesto allí?