Nube de etiquetas

lunes, 21 de enero de 2008

Libre de ataduras, libre de tabacaduras

Ya han pasado nueve días, 4 horas y 18 minutos desde que apagué mi último cigarro. Perdonad que últimamente lleve tanto las cuentas en mis entradas (parece que siempre se cuela) pero me parecía interesante compartir las sensaciones que estoy sintiendo en este proceso. Para aclarar dudas sobre la imagen que cuelgo junto a este post, sí, se trata de una coincidencia fortuita :)

Como todo buen fumador que se precie llevaba meses, años, enganchada a ese cilindro de nicotina y alquitrán; concretamente desde los 16 años que me fumé mi primer cigarrillo. Durante 150 meses aproximadamente compartí mis momentos más íntimos y los menos con ese amigo humeante. Sí, durante 4500 días cayeron unos 31500 cigarros. Claro que estos datos son aproximados, pero no deben andar muy desencaminados, no. 31500 cigarros...

Ya hubo una vez que dejé de fumar durante 8 meses y por el típico reto del ex-fumador novato (como todo ex-fumador, claro) volví a fumar: "ah... ahora que ya no tengo mono de tabaco, ahora podría controlar yo al tabaco y no él a mi como hasta ahora". Sí, me las vi tan espabilada que empecé de nuevo a fumar y no volví a parar. Hasta el pasado sábado 12 de enero de 2008.
La otra vez que dejé de fumar pequé de una cosa: hice poco ruido, y en el silencio de mi yo contra mi misma, mi cabeza me tendió la última trampa. Y es que sabed que el peor enemigo de un ex-fumador es el recuerdo del fumador que llevamos dentro. Nuestra cabeza tiende sus peores artimañas contra nosotros para hacernos caer y devolverle su droga a la que se ha habituado...
Pero esta vez pienso hacer ruido en cada rincón donde me haya proyectado, aunque sólo sea mi sombra. Puede parecer una tontería, pero esta lucha siempre se hace más amena cuando otros te apoyan incondicionalmente, porque cuando estás ahí con el nervio de la frente palpitanto y en tu cabeza sólo aparecen cigarros acercándose indecentemente hacia ti, siempre aparece una mano en tu hombro, dos ojos que te miran fijamente y te recuerdan que tú puedes. Ah... y respiras aliviado porque te han salvado de ese trance hipnótico que la mente ya estaba tejiendo para atraparte. ¡Maldita mente! ¡Qué memoria tiene la joía! ¡Qué sabia es!

La verdad es que mientras me fumaba mi último cigarro ese sábado pasado no fui consciente realmente de que ese fuera mi último cigarro. No pude despedirme dignamente de mis cigarrillos, de mi humo, de mis nicotinas y alquitranes; y eso es algo que me hizo dudar en un principio de dejar de fumar (¿veis a lo que me refiero con las argucias de nuestra mente?). La inspiración realmente me vino unas décimas de segundo después, cuando me tenía que decidir a bajar al estanco para comprarme una cajetilla, pues aquel era el último cigarro que me quedaba en casa. Me dio una pereza tremenda bajar así que me dije medio en broma "¡ea! ¡pues no fumamos!". Y la medio broma se convirtió en medio idea, y la medio idea me convenció y miré dentro de mi.
Hacía bastante tiempo que quería dejar de fumar pero en este tipo de eventualidades hay un requisito siempre indispensable y es que el que se estrena en el arte de dejar de fumar tiene que estar convencido 100%. Estarlo un 99,99% implica fracasar. El mínimo resquicio de duda puede convertirse en un poderoso ente que se ponga en tu contra. No, hay que estar 100% seguro de uno mismo, o como me gusta decir: "oír el clic en tu cabeza". Como decía, aquella medio broma acabó convirtiéndose en mi clic. Vaya si sonó, firme, seguro; y aún hoy puedo oír su eco "cliiiic, cliiiic, cliiiiic" en mi cabeza. Y no bajé al estanco.

Pero como pude constatar al día siguiente había elegido, para bien o para mal, el peor día para dejar de fumar. Ese domingo mi hermano y yo nos íbamos a Igualada, a casa de un amigo y su pareja. Fumadores empedernidos, encerrados en su bunker, tuve que respirar su humo.
Tanto peor fue cuando al final del día fuimos a visitar a los padres, que son como parte de la familia, y si el colega fuma como un condenado, se me hace inenarrable lo que llegan a fumar los padres. Al final del día, de mi primer día "sin humos" me vi rodeada de una neblina espesa que me hacía picar los ojos, toser y hasta marearme. Creedme si entiendo lo que puede llegar a sentir un no-fumador... El caso, es que ante esta prueba de rigor salí victoriosa y apestando a tabaco. Pero no me acerqué a un solo cigarro cuanto menos en un sentido metafórico porque como digo estuve rodeada de cientos de ellos todo el día...

Un tercer aspecto en este proceso de desintoxicación, contagiada por el espíritu del archifamoso [propaganda] "Es fácil dejar de fumar, si sabes como" de Allen Carr, es que intento disfrutar de mis pequeños éxitos y, en consecuencia, de mi propio proceso. Este sábado pasado hubieron dos ocasiones en las que me pidieron fuego y no creo que os llegue la sensación de alegría y libertad que me proporcionó el poder responder "lo siento, pero no fumo". Bien, aclaro que el "lo siento" es mera cortesía porque realmente no lo siento ni un ápice; al contrario, me siento orgullosa y satisfecha de mi nueva opción de no fumar. Pero como os decía, la sensación de saberse libre es indescriptible. Realmente han desaparecido esos barrotes de papel rellenos de tabaco, alquitrán y nicotina. Me viene el recuerdo de su olor característico y me provoca verdadero rechazo. He conseguido romper esos barrotes de papel, aparentemente débiles, engañadamente fuertes como el hierro macizo, realmente inexistentes. Y es que el autor del best-seller tiene razón: el tabaco no es quien nos incita a fumar, sino nosotros mismos, nuestras asociaciones y hábitos con el tabaco. Dicho esto, debo aclarar que sólo me he leído la introducción y el primer capítulo del libro y parece muy interesante, pero prefiero reservarme sus páginas sugestivas para momentos de verdadera debilidad.

Por último, estos días vengo cavilando sobre los pasos que superé la anterior vez que dejé de fumar. A fin de cuentas, como digo, esta es la única ventaja de ser reincidente, que sabes más, porque el ex-fumador, sean las veces que haya vuelto, dejado, empezado, finalizado, intentado..., siempre es novato. Así pues, recuerdo perfectamente que mi proceso de desintoxicación pasó por tres fases:
  1. Desconexión de hábitos: primeras dos semanas.
  2. Puro nervio: tercera y cuarta semana con mono absoluto que canalicé en formato forward (forma acelerada de ver una película).
  3. Desintoxicación física: tu cuerpo es cuando toma la revancha y decide sacar toda la mierda acumulada (mucosidades varias, toses, dolores de garganta, y un largo etcétera para limpiarse y purificarse).
Hasta aquí llegué la última vez, pero a esto faltaría añadir una completa desintoxicación mental para eliminar todas las trampas que la mente va proporcionando generosamente, y una de las cuales me hizo volver a empezar. Esta nota está gravada a fuego en mi cabeza... ¬¬

En fin... los que aún sois fumadores y os creéis felices en vuestra agonía, no seáis cabrones y no me echéis el humo a la cara porque a parte del mal gusto que ese gesto despierta es de mala educación. Muy mala :)