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viernes, 2 de septiembre de 2005

Spargelstangen


Hasta hace bien poco mis pensamientos siempre encontraban escape en la compañía de mi mentor. Aún recuerdo la primera vez que él y yo mantuvimos la primera conversación profunda, de análisis sobre cuestiones triviales de la vida; tenía 9 años. A partir de aquel día, en las sucesivas noches de los fines de semana, tras la cena compartida en familia, poníamos sobre la mesa un sinfín de ideas sobre todos los temas: metafísica, amor, política, relaciones, economía, individuo, sociedad... Cualquier tema valía para abrirnos el apetito voraz de razonamiento y pensamiento.
Hace un año y cuatro meses recorro el mismo camino en soledad y muy a menudo veo pasar delante de mis ojos hojas de un otoño que se ha tragado el tiempo. Son muchas las personas que han pasado por ese camino y que me han acompañado trechos del mismo, y sin lugar a dudas han dejado una huella imborrable en mi memoria y en mis pensamientos.
Se dice que llega un momento en que el alumno supera al maestro. No sé si es mi caso, y no creo que jamás tenga la certeza absoluta de alguna vez superar a mi mentor. Pero mi empeño y mis deseos realmente están puestos en otro objetivo: superarme a mi misma, y es el empeño continuo de seguir el camino que un día mi maestro me mostró el que me fascina. Porque cada palabra que aprendo me abre un nuevo mundo, porque cada idea que contrasto abre mi mente. Y ese es un poder de pocos codiciados que me hace sentir especial y que llena de sentido mi existir.
Hoy cae otra hoja del árbol, igual de rubia que en sus días de máximo esplendor. Hoy es un día en el que renace la esperanza de la autosuperación. Y desde aquí quiero expresar mi desafinada melodía que un día brillará por su armonía. Busco preguntas a respuestas que no tengo y brindo cada una de ellas a cada hoja de otoño que me ha dado más valor.
A mi padre que siempre está en mis recuerdos.