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jueves, 5 de junio de 2008

En-cerrado

Érase una vez un fantasmita, con su sábana blanca cubriendo lo inmaterial, su cadena no sé bien a dó atada, y sus ojos fruncidos (sí, ojos en tanto que los fantasmas no tienen cejas para fruncir)... En fin, se trataba de un fantasmita clásico, de un típico cuento.

Gerard, el fantasmita, vivía en medio (ni un centímetro más ni un centímetro menos) de un castillo tan abandonado como enorme. Era un castillo de los del Medievo pero que aún se mantenía en pie, orgulloso y altanero. Pese al frío que habitaba en el castillo, el resto era silencio, reposo, tiempo... y al fantasmita Gerard todo esto le parecía acogedor.

Sin embargo, un buen día, sin previo aviso, empezó a notar cosas extrañas en su querido castillo confortable: unos humanos atrevidos (curiosamente el ser humano con respecto a otros seres siempre es osado) se habían instalado en el castillo. Por donde fueran lo tocaban todo, hacían excesivo ruido, y viciaban el aire de humos y hedores... La soledad del castillo había desaparecido y hasta al fantasmita Gerard le parecía que los cimientos se revelaban contra los nuevos intrusos.

Pero la condición de un fantasma siempre juega a favor de éste: baste con quitarse la sábana que le cubre su materia incorpórea y deshacerse de la pesada cadena para disfrutar de momentos llenos de simpáticos sustos a esos impertinentes humanos. Dicho y hecho: Gerard se despojó de todo lo que le hacía visible ante los ojos humanos y luciendo una imponente (aunque también invisible) S* en el pecho se dispuso a salvar su preciado hogar. De tal forma hizo volar milagrosamente las pertenencias de aquellos indeseables inquilinos, marear las eternas cabelleras sujetas en cintas, arrastrarlos desde el pellejo de sus camisetas...

Cualquiera en su sano juicio habría salido corriendo de allí, y nuestros queridos intrusos no fueron menos. Tan rápido llegaron y se instalaron que ya no estaban. Habían desaparecido dejando un rastro de humo y cenizas esparcidas en su campamento. De nuevo el vacío y la soledad volvían a cubrirlo todo y el fantasma no podía estar más orgulloso. En esto pensaba mientras se recolocaba su sábana y su cadena. ¡¡Al fin podía de nuevo fruncir sus ojos!!


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SuperFantasma