Me ahogo. Una voz en mi cabeza me exhorta a despertar. Despierto cogiendo una enorme bocanada de aire... aunque no siento el aire en mi garganta.
Estoy estirada sobre el suelo de la acera. Los recuerdos de la colisión me llegan a la mente. No parece que tenga graves heridas y no siento dolor.
Me oprime la necesidad de saber la hora. Llego tarde. Sé que llego tarde.
- Disculpe, buena señora, ¿sería tan amable de indicarme la hora?
- ¡¡Carmen, Carmen!! -llaman a la buena señora que se gira y se aleja de mí en pos de su apeladora.
Siento los nervios crecer en mi interior: llego tarde y necesito saber qué hora es.
- Disculpe, caballero, ¿podría indicarme la hora? No llevo rel... -una mirada penetrante silencia mi petición. Y desde ese silencio observo como el caballero marcha sin girar siquiera la cabeza.
Cada vez estoy más tensa. Llego tarde.
- Disculpad, amable pareja, ¿qué hora tenéis? -la pareja se mira en una leve sonrisa ignorando por completo mi petición.
- ¡Eh! ¡Tú! -sin duda me llama a mí.- Sí, tú...
- ¿Yo?
- Llevas un año muerta.
La miro con los ojos desorbitados y, levantando lentamente el rostro hacia mi interlocutora, no dejo de preguntarle:
- Ya sé que estoy muerta pero, ¿por qué tengo entonces esta imperiosa necesidad de saber la hora?
¿Y a dónde llego tarde?
Como siempre tus relatos tiene algo que no puedes dejar de leerlos.
ResponderEliminarMagnífico!!!!!!
Habia llegado tu "hora" y te habías quedado dormida ;-)
ResponderEliminarCon el cambio de aspecto, me parece más cálido tu blog.