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viernes, 23 de diciembre de 2005

Realidades irreales

No sé si os pasará lo mismo que a mi, pero uno de los momentos más tristes que se me presentan en la vida son aquellos espacios de tiempo entre que has acabado de leer un libro y empiezas con otro. Después de compartir una historia de principio a fin, y reproducirla vívidamente en la imaginación, dejándote llevar por cada una de las sensaciones que emanan de las hojas que componen el libro y compartiendo alegrías y desdichas, miedos y bravuras con los personajes protagonistas, cuando llega el final del libro una sensación de vacío, tristeza y añoranza crece en el estómago y poco a poco se va desplazando hacia la garganta para acabar convirtiéndose en un sonido gutural que evoca una pena.
Y es que es curioso analizar las sensaciones que se van desarrollando de principio a fin del libro, el lector enfrascado en historias lejanas a su realidad, que le permiten evadirse de sus problemas cotidianos. Un nerviosismo –o curiosidad, más bien- que se desarrolla ya en las primeras páginas del libro –un libro que sea digno- por saber más, primero de los personajes después del desenlace. Las tentativas, no sé si os pasa, de saber cómo acaba todo, si bien o mal, como se piensa o de forma diferente –algunos lo llaman originalidad-, se acrecentan con el nudo de la historia. En realidad se trata de un nerviosismo que está presente de forma continuada en el estómago, desde que se abre el libro hasta que se pospone su lectura para un momento posterior; un nerviosismo que aún cuando has dejado la lectura hace cinco minutos te obliga a repensar en los últimos parágrafos leídos, en esa parte de la narración de la que ya eres parte implícita.
No sé si alguno de vosotros alguna vez ha experimentado esa simbiosis con la historia hasta el punto de suplantar la propia historia recorrida, llenándola de símbolos lejanos y ajenos por un momento propios. Yo sí. Motivo de más para sentir ese vacío que sucumbe con las últimas palabras del libro.

En fin... ayer acabé “La forja de un túnica negra”, donde se narran las hazañas de Raistlin, uno de los personajes más bien forjados en la historia de la literatura, hasta que se convierte en un hechicero de relevante importancia… un preludio para la historia más apasionante jamás narrada: “Las crónicas de la Dragonlance”. Os lo recomiendo.

Y por supuesto, hoy he empezado a leerme “Las nueve revelaciones” y ya me he embriagado con su extraña narración espiritual, abriendo un mar de dudas metafísicas que hace un tiempo dejé colar en mis bastas tierras yermas. Veamos qué ha florecido desde entonces…

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