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martes, 31 de marzo de 2009

Dumi-dumi

Sus ojos eran grandes como si quisieran absorber todo el mundo que miraran. Su boca también era grande y ocupaba casi todo su rostro, un rostro diminuto en desproporción con esos ojos y esa boca. Tenía sólo 7 años y el pelo en tirabuzones le caía sobre los hombros.
Nerviosa, corría por el piso pasillo arriba, pasillo abajo. Hoy había descubierto una nueva palabra que sonaba "dumi-dumi": abrazo. No sabía lo que era un abrazo pero le habían hablado de ello; sentía una curiosidad hasta entonces inusitada.

- ¡¡Un abrazo!! ¡¡Quiero un abrazo!! ¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!

Una llave giró en la cerradura de la puerta. Emmeline se detuvo de inmediato y, aguantando el equilibrio, contuvo la respiración. Indudablemente era su madre que llegaba de trabajar. Reemprendiendo la carrera se dirige a su madre al grito.

- ¡¡Un abrazo!! ¡¡Quiero un abrazo!! ¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!
- Hola Emmeline. ¿Has sido buena hoy?
- ¡¡Un abrazo!! ¡¡Quiero un abrazo!!
- Ahora no, Emmeline, me siento cansada. Llevo 10 horas trabajando sin parar.
- ¡¡Mamáaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!! ¡¡Quiero un abrazo!!
- ¡¡¡Emmeline!!!

Una vez hubo descansado la madre, Emmeline volvió a insistir pero entonces su padre le robó el protagonismo y la oportunidad.
Acostado el padre, persistió con el abrazo pero entonces su madre tuvo que ordenar la casa y preparar las comidas del día siguiente.
Una vez acabadas las faenas, paciente, Emmeline volvió a acercarse a su madre:

- ¿Y ahora? ¿Me das un abrazo?
- ¿A qué viene tanta insistencia?

Pasaron los años y aquel abrazo ni ningún otro le fue dado. Con el tiempo se olvidó que una vez existió una palabra que sonara "dumi-dumi". Jamás aprendió a abrazar como tampoco a acariciar ni a querer. Aquella gran boca en su diminuta cara era un tieso palo cargado de seriedad y responsabilidad.

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