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sábado, 28 de marzo de 2009

La manzana

Era una mujer de edad avanzada aunque no lo suficiente como para que sus habilidades motoras se vieran afectadas. Como cada mañana desayunó sus galletas con miel, tomó su primer café descafeinado del día y trasteó en la cocina (en realidad disfrutaba trasladando las ollas de un lado al otro del mármol).
El sol radiaba más allá de la barandilla del balcón. El cielo parecía totalmente despejado, al menos en la porción de cielo que se veía desde el comedor... La casa estaba en su habitual silencio aunque ella no reparara en este pequeño detalle.
Pasó las primeras horas con las ollas, el mármol y las cuatro paredes de su cocina. A media mañana concluyó que era un buen momento de tomarse un tentempié. Fue así que cogiendo una manzana se apresuró a saborearla desde la comodidad de su sofá y disfrutar del silencioso tránsito de la calle.
Y esto fue lo que hizo en sus próximos quince minutos: comer la manzana, desperezarse en el sofá y mirar hacia ninguna parte. Quince minutos que se extinguieron con el último bocado de la manzana.
Había llegado el terrible momento de levantarse y tirar el corazón de aquella manzana ya casi digerida. Tirarlo a la basura orgánica, por supuesto... No obstante, aquella mujer de edad avanzada con sus habilidades motoras en plenas facultades se sentía ingeniosa, y haciendo acopio de las malas prácticas de sus vecinos se dispuso a arrojar aquel odioso resto de manzana por la ventana.
Contó hasta tres…

UNO

DOS

TRES

... y lanzó con todas las fuerzas que la edad avanzada le permitían (que no eran pocas) aquel corazón de manzana que empezaba a quemarle en las manos. Ya casi lo veía caer con su parabólico movimiento si no hubiera sido por el cristal de la ventana. Se le había olvidado que en ningún momento había abierto la hoja y la manzana (lo que quedaba de ella) fue devuelta con el mismo ímpetu con que fue lanzada.

De aquello han pasado ya algunos años y la mujer avanzada en edad ha avanzado un poco más pero jamás limpió aquellos restos de manzana que se incrustaron en el cristal pues creyó conveniente no olvidar que todo lo que damos nos es devuelto con la misma fuerza.

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