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sábado, 17 de julio de 2010

Cielo e infierno

Camas vacías envueltas en silencio.
El ascensor baja, se aleja, a marchas trepidantes.
Ecos que aun resuenan en las paredes del ayer.
No tengo frío y sin embargo tiemblo.
¿Qué hemos de hacer?

El camarero tomó nota del pedido. Se le notaba su primer día de trabajo pues los nervios provocaban en el él unos ligeros temblores, un pulso traicionado. Repitió en voz alta lo anotado en un par de ocasiones.
Entre tanto que el camarero dirigía sus pasos hacia la cocina, ella esbozó una ligera sonrisa que inundó las paredes y los manteles blancos. Esa sonrisa que despertaba toda una serie de sentimientos que iban desde el amor más inocente hasta el deseo más ardiente.
- No podía ser de otra forma - dijo risueña.
- Para variar, desde que te conozco hace 7 años, tienes razón. Supongo que algún día dejarás de tenerla... ¿verdad? - no pude evitar poner cara dubitativa por muy seguro que quisiera mostrarme conmigo mismo en mis suposiciones. ¡Qué le voy a hacer! ¡Siete años sin equivocarse una sola vez generan dudas hasta en el más resuelto!

Trozos de porcelana vidriada.
Añicos de un cielo pasado.
Corazones, corazones con su reina.
Ojos que no ven:
¿cuánto tiempo hace que no me miras?

Me inunda la tristeza y la duda más recónditas, y no sé como salir a la orilla.
Ahí fuera el sol brilla y calienta las almas. Y yo sigo aquí condenado desde que ella me abriera los pulmones.
Me ahogo en los silencios de mis lágrimas.
Lo reconozco, soy invisible a unos oídos que no quieren escucharme.

Ahí estaba, firmando aquel papel con una sonrisa que desde el inicio de la ceremonia no se había despegado de su rostro. Estaba tan hermosa de azul... un azul puro jamás manchado, un azul puro.
Cuando la conocí años atrás jamás me habría imaginado que este momento llegara. ¿Quién me iba a decir que ella querría casarse con un zarapastroso de mis características? Ciertamente, aun no entendía qué podía haber visto en mí, cuando todas las personas que se habían cruzado en mi camino habían llegado a la única e inevitable conclusión de que más valía tenerme lejos.

Nubes de papel en un cielo pintado.
Las brochas aun están mojadas.
La ciudad tras los barrotes del balcón guarda silencio sepulcral.
No puedo evitar odiar el mundo...
O sí, pero no quiero...

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