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martes, 17 de marzo de 2015

D&D - Edana


Mi historia puede tener muchos principios. Normalmente la suelo contar desde que desembarqué en Ciudad Portuaria... Recuerdo como si fuera ayer ese día, y a partir de entonces se acontecieron los mejores días de mi vida. Aunque duraron realmente poco, si me entiendes...

Tenía sólo seis años y había atravesado medio mundo de la mano de mi cuidadora, una humana simplona con la voz tan grave que a veces daba miedo cuando hablaba en mitad de la oscuridad de la noche. La llamaban Tata, por algún motivo extraño que nunca logré comprender, pues no era su verdadero nombre. Aunque esos detalles, ¿a quién importa? Ni siquiera logro recordar cuál es... perdón, “era” su verdadero nombre.

Tata era la mejor amiga de mi madre, aunque no descarto la posibilidad de que fueran algo más que “simples” amigas. Tata adoraba a mi madre y por lo visto el sentimiento era mutuo. Recuerdo cuando mi madre yacía en el lecho de muerte que justo antes del último suspiro le pidió que me llevara a GoldenHort, la escuela, al tiempo que le ponía una bolsa de dinero en la mano y un trozo de pergamino con un sello que no supe reconocer en aquel entonces. De hecho, la muy perra no murió hasta que no consiguió la promesa de Tata de que me llevaría y me cuidaría y, cuando finalmente la obtuvo, cerró los ojos y se fue para siempre. Ni siquiera me miró, ni siquiera se despidió de mí; aunque tampoco me importó, la verdad. Tata sí me miró durante un buen rato. Supongo que sopesaba la promesa que acababa de hacer. Y me miraba mal, muy mal: a fin de cuentas, yo era lo único que le quedaba de mi madre, aquella mujer a la que Tata había adorado desde no sé cuánto tiempo hacía. Así fue como, sin mediar palabra, Tata me cogió del brazo y me arrastró fuera de la casa. Nos íbamos.

Como decía, desembarcábamos Tata y yo de un viejo pero robusto barco que nos había mantenido ocultos de los Buscadores durante un tiempo. Los Buscadores son una organización secreta que opera en todo Avalon y que buscan ajenos para practicar con ellos sus malas artes. Especialmente buscan Aasimar, pues les encanta verlos sufrir sin motivo aparente; no sé qué clase de experimentos hacen con ellos, aunque tampoco es que me interese lo más mínimo, la verdad. Por lo que llegué a averiguar más tarde, mi padre formaba parte de los Buscadores y parece ser que me andaban buscando por no sé qué motivo especial. ¿Amor partenalista? Lo dudo...

Ellos nunca buscan en alta mar, pues la mayoría temen al agua como si fuera el mal más temible sobre la faz del mundo. A qué estúpida leyenda deben haberse aferrado es algo que desconozco. Aunque lo cierto es que vivir en alta mar acaba agotando, con el vaivén de las olas y las constantes tempestades que todo lo azotan. Recuerdo que el primer día que embarcamos vomité varias veces y la cosa se repitió durante días hasta que, finalmente, conseguí acostumbrarme a lo de viajar en barco. Aunque no lo creas, tiene su truquillo...

El tiempo que pasé allí fue divertido y lo recuerdo con alegría. Los marineros son gente particular, provenientes de tierras de nadie, con historias oscuras a sus espaldas, quizás huyendo de vete a saber qué. Por norma general son gente silenciosa, pero supongo que una demonieta con cara de buenos amigos debió causarles alguna convulsión extraña en sus diminutos cerebros; el caso es que rápidamente me hicieron un hueco y al poco tiempo ya contaba con la confianza de algunos de los más veteranos.

Ciertamente, nunca me ha costado hacerme un hueco entre la gente. Ser una demonio no es cosa fácil y demasiado a menudo me toca aguantar las burlas de aquellos que son incapaces de mirar más allá de lo que su corta inteligencia les permite. Al final una aprende a convivir con la rabia continua, aunque en más de una ocasión les habría cortado el pescuezo si no fuera por el Juramento. El Juramento era un pacto que mi madre y yo hicimos cuando aun no sabía ni que el sol era el sol. Me hizo prometerle que jamás dañaría a un compañero por mucha burla que me profiriera. Nunca entendí el porqué de aquel Juramento, pero mi madre se lo tomaba tan en serio que supongo que me contagió de su entusiasmo.

Un buen día, estando el barco atracado en no recuerdo qué ciudad, le llegó a Tata un mensaje. Por lo visto se trataba de un informe en el que se nos informaba de que todo estaba limpio en Ciudad Portuaria y que ya podía ingresar en GoldenHort. A Tata le quedaba menos por cumplir la promesa que le hizo a mi madre...

¿Que quién era mi madre? Bueno, mi madre era una puta; quiero decir una puta de verdad. Se dedicaba a abrirse de piernas ante el primero que le arrojara dos míseras monedas al suelo. Supongo que así debí engendrarme yo; no tiene mucho misterio. Desde luego, aprendí muchas cosas interesantes del sexo desde bien pequeña, ya que mi madre usaba nuestro hogar para hacer su trabajo, y yo no me estaba de curiosear todo cuánto podía, aunque mi madre me advertía entre gemidos que me iba a llevar dos buenas hostias en cuanto acabara. Y normalmente me las llevaba, porque si algo bueno tenía mi madre es que era mujer de palabra. A parte de su trabajo, mi madre permanecía ausente el resto del tiempo; siempre tenía algún aldeano con el que coquetear o alguna vecina con la que cotillear. Eso sí, nunca faltaron flores ni pan en casa, aunque no es muy recomendable comer flores acompañando el pan, si me entiendes...

Así, crecí en la calle y nunca pisé una escuela hasta ese día en que me ingresaron en una. La idea, de primeras, me parecía absurda, y de segundas también. Con mi corta edad ya apreciaba mucho mi libertad como para acabar entre cuatro paredes maltrechas y bajo las órdenes de vete a saber qué estúpido humano. Pero con seis años, por lo visto, una no puede opinar, y así fue como Tata me llevó hasta ese rincón del mundo, y donde empezó parte de mi historia.

GoldenHort era una escuela para gente de bien. Al principio me costó encajar en aquel sitio, pues yo estaba acostumbrada a otro tipo de cosas, si me entiendes... Todo el tiempo Tata me reñía por esto o aquello. Y cuando conseguía zafarme de la mirada atenta de Tata, entonces les llegaba el turno a los profesores. Eran tres, dos de los cuales se mostraban tremendamente severos: Aakif y Tomorbataar. Sin embargo, Indranna fue una profesora que en seguida se hizo conmigo.

Indranna no tenía nada que ver con el resto de los mortales. También era una Tiflin y su voz siempre era dulcemente siseante; tenía una tremenda paciencia conmigo. De ella aprendí a sumar y restar, a leer y escribir. Siempre me contaba apasionantes historias de Avalon, o curiosidades interesantes sobre los animales. Gracias a ella adquirí la afición de curiosear y buscar respuestas a mis preguntas tras los libros. Me aficioné a las ciencias naturales, seguramente influenciada por la pasión de Indranna. Cuando marché lamenté enormemente su ausencia, aunque no creo que le gustara lo que hice, si me entiendes...

Lo cierto es que durante todo este tiempo fui feliz, a pesar de Tata que cada día se empeñaba en mostrarme más su descontento conmigo. A menudo me entraban ganas de gritarle que por mucho que me odiara a mí no iba a servir para recuperar a mi madre. Yo era diferente a ella, muy diferente; mi sangre Tiflin había marcado una gran diferencia, y eso Tata no lo soportaba. Pero como digo, a pesar del tormento de mi cuidadora fui feliz: Con los compañeros me llevaba bien, a pesar de sus continuas bromas a propósito de mis cuernos, de mi color rojizo de piel o de mi cola... Me sentía que, a mi estilo, encajaba en aquel sitio, y al final conseguí incluso gustarles a Aakif y Tomorbataar, aunque continuaron con sus broncas diarias. Creo que la bronca forma parte de sus vidas y que si dejaran de hacerlo sencillamente morirían. Y, al final, una se acostumbra a todo, incluso a las impertinencias.

Sin embargo, allí también estaba Rogher, con quien compartía sala para dormir. Rogher era un envidioso y por lo visto estaba enamorado de Indranna. Cosas de críos. En su mente infantil no veía con buenos ojos el hecho de que Indranna cuidara tanto de mí, y desde el primer día dejó palpable su creciente odio hacia mí y todo lo que tuviera que ver conmigo. Los desencuentros durante los ratos de descanso eran habituales, y todo el mundo era conocedor de la situación. Pero jamás me imaginé que alguien tan pequeño pudiera ser tan insensato y llegar tan lejos, si me entiendes... El caso es que Rogher sabía de la mala relación que existía entre Tata y yo, así que aprovechó este punto débil para causarme daño. Durante tiempo y en secreto envenenó los oídos de Tata con habladurías sobre mí hasta que finalmente la cuidadora empezó a tener un comportamiento incluso violento contra mí.

No recuerdo exactamente qué sucedió ni cómo. Todo fue muy rápido, como mi mente en eliminar los recuerdos de algo tan doloroso. Sucedió durante una de tantas noches sin luna, durante el silencio sepulcral de la escuela cuando todos dormíamos. Ni siquiera los perros vigilantes permanecían con actividad aquella noche... Recuerdo despertar y ver el lecho de mi compañero vacío. Algo se arrastró a mi derecha y allí estaba ella, con el puñal en la mano, chillando como una loca: “¡¡Muere!! ¡¡Muere, hija del averno!!”. Después ya sólo puedo recordar su cuerpo tendido en el suelo sobre un charco de sangre; dejé caer el puñal de mi mano en el momento que alguien empezó a reír tras de mí. Era Rogher, con los ojos desorbitados. Reía sin parar. Me entró miedo, mucho miedo. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había sucedido aquello?… ¿Había sido yo?

Y la única solución que se me ocurrió fue salir corriendo y dejar atrás tres años entre algodones. Corrí durante largo tiempo, días y días, hasta que finalmente el cansancio hizo presa en mi cuerpo. Lloré en alguna parte perdida, lloré amargamente y maldije a mi madre y especialmente a Indranna por haberme acostumbrado al amor de la compañía y verme ahora tan sola. A partir de aquel día juré que jamás volvería a dejarme arrastrar por sentimientos tan débiles. La vida es una continua lucha por la supervivencia, como pude comprobar más tarde...

En cuanto a Rogher... tengo algo especial pensado para él...