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jueves, 25 de diciembre de 2008

Silencio roto

Carolina busca entre las cosas de su fallecido padre. Finalmente encuentra su preciado tesoro. Se trata de un papel doblado en cuatro partes, envejecido por el transcurso del tiempo. En él parece haber algo escrito con una de esas plumas con las que los clérigos traducían textos...

Una persona se puede empeñar en hacer callar a otra y los motivos pueden ser variados. A veces simplemente es que lo que se escucha duele o supone un terrible esfuerzo asumir un cambio. Otras veces se percibe como un proyectil que atenta contra la integridad personal. En cualquiera de los casos tengo claro los motivos por los que no dejo de hablar ni dejaré de hablar. Sé que son motivos nobles, loables, y por ello no me avergüenzo, y por ello me empeño más aún en hablar cuando se me manda callar.

Uno de esos motivos es muy sencillo: te quiero. Quizás no te quiero de la forma que una mujer quiere a un hombre. No, te quiero a mi manera, la única que sé y conozco, y la única de la que quiero saber y quiero conocer. No me interesan otras formas de querer.

El segundo motivo no es tan sencillo de explicar como el anterior aunque intentaré expresarlo de la mejor manera que se me ocurra: he visto tu luz. Sí, las personas poseemos una luz; en muchas, la luz está apagada o casi escindida la mayor parte del tiempo; en pocas, la luz brilla con una fuerza descomunal, o como tú dirías con un “fulgor excelente”. Lo normal para cualquier mortal es que esa luz varíe en intensidad, brillo y luminosidad en el transcurso del tiempo o incluso con el paso de las horas. En tu caso, he podido ver un potencial inaudito, una luz tremendamente potente y cegadora pero que no causa dolor alguno, llena de paz y de armonía. Sé que es real porque me la has mostrado, y la he sentido delante de mí. Eras tú pero un “tú” transformado, crecido, grande… Un “tú” capaz de mirarse a sí mismo, hacer una crítica constructiva y proyectarse hacia un ideal de sí mismo. De tu boca han salido verdaderas palabras de victoria para contigo, palabras sabias e inteligentes. Y tú las creías y las hacías tuyas; te adueñabas de ellas interiorizándolas, saboreándolas y disfrutándolas. Tal ingesta habría causado daños en personas poco preparadas pero no en ti. Sí, yo lo he visto con mis propios ojos porque delante de mí fuiste un hombre libre por un momento.

Estos dos motivos me llevan a un tercer aspecto importante. Siendo consecuente conmigo misma y en un acto de verdadera generosidad me veo en la obligación de recordarte una y otra vez tus posibilidades de libertad. Muy probablemente esto pueda apartarme de tu lado. Es un riesgo que quiero asumir y lo quiero asumir porque te quiero y no puedo contribuir a apagar esa luz que llevas dentro, ese potencial.

Todos merecemos nuestra libertad porque es algo que nos pertenece y que nos ha sido robada. Debemos aprender a recuperarla y aunque me consta que mis palabras pueden ser brutas la única pretensión es mostrarte este cariño, esta llave a esa puerta que ha de llevarte a tu luz interior. Crece sin miedo.

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