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lunes, 19 de octubre de 2009

Dentro

Para cuando recobro el conocimiento, ya no se ve luz por ningún lado. En una lejanía que me resulta extraña, escucho el canto de los grillos y el croar de las ranas: es entonces cuando miro hacia arriba. Mis pupilas se adaptan a una oscuridad que se me antoja familiar y cercana. Logro adivinar mucho más arriba de donde estoy, la presencia en el cielo de una luna que parece extender sus brazos tratando de rescatarme de mi prisión. Me pongo en pie y saco el mechero alumbrando lo que parece ser el interior de un pozo. Llevo la mano a la nuca con cuidado y luego extiendo la palma ante mí: sangre. Observo a mi alrededor y siento por vez primera cierto temor: deben ser unos dos metros de diámetro los que conforman la circunferencia del pozo donde he caido y unas marcas en las paredes, hasta ahora en silencio, parecen susurrarme cuando las observo que no soy el primero en caer aquí. No hay insectos, no hay sonidos, nada... todo viene de fuera. Noto en los huesos un frío que me hace tiritar. Se me ocurre pensar que si existe el infierno, no debe diferir mucho de esto. Podría ser peor, podría haberme matado... ¿peor? no estoy seguro.
- ¡Ayuda!-
Por un momento mi voz resuena potente y escucharme tan fuerte me da una esperanza que dura apenas un par de segundos. No puedo evitar sonreír con ironía al pensar que ese grito de ayuda habría servido de mucho en tantas situaciones... Mi espalda resbala contra la pared lisa hasta llegar al suelo. Mis brazos abrazan las rodillas y mis ojos se vuelven hacia la luna. ¿Podemos pedir ayuda pero lo hacemos siempre en el último momento? Si la hubiera pedido cuando todos se preocupaban... cuando todos... Me doy cuenta de que estoy llorando cuando al rascarme la mejilla noto que está húmeda. No se cuando caí, solo recuerdo huir, escapar, correr y entonces... el empujón.
- ¡Socorro!¡Socorrooo!-
Mis ojos se abren de par en par: los gritos vienen de fuera.