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jueves, 8 de octubre de 2009

Reflexión sobre la libertad

Me siento a este lado del escritorio y no puedo dejar de pensar en ese momento en el que todo empezó:
Salía del metro a mi hora puntual después de cumplir con mi rigurosa jornada de 8 horas exactas. Ni un minuto más ni un minuto menos.
Subí las escaleras que me llevaban a los tornos de salida. Las multitudes se aglomeraban a uno y otro lado de las puertas de cristal. Unos pretendían acceder a los trenes y otros liberarse definitivamente al ruido de la gran ciudad, allá arriba.
Sin embargo, todos éramos civilizados y teníamos bien interiorizadas las normas: dejen salir antes de entrar.
La mitad de las multitudes, la que pretendía entrar a las vías, se arrimó a la pared del fondo para dejar salir a los que recién llegábamos del tren que ya marchaba lentamente.
Con una mirada de agradecimiento, yo y otros muchos cruzamos los tornos y viramos para ir a las escaleras mecánicas que nos conducían fuera de la estación. A un paso rítmico.
Todo era ordenado fuera de mi cabeza y, sin embargo, no podía dejar de preguntarme qué culpa tenían los alemanes en todo esto. Es algo que supongo nunca sabré responder, pues habría que remontarse a un pasado muy lejano del que ya no queda huella en nuestra sociedad orwelliana.
Afortunadamente, cuando mi mano reposó sobre la barandilla mecánica de las escaleras, la brisa de la gran ciudad vació mi cabeza de esos pensamientos y sentí de nuevo la libertad.