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martes, 5 de enero de 2010

La ladrona

El beso sonó fuerte en medio de la noche; aun tengo el eco del mismo metido en los oídos. Llovía a cántaros y sólo teníamos un paraguas para los dos. Poco importaba después de una velada tan divertida a la par que curiosa. Y sin embargo, ¿allí empezó todo?
Le había visto sólo en una ocasión y su apariencia era de lo más corriente, aunque particular. Nadie me había advertido de sus intenciones más recónditas... ¿y quién podía hacerlo? Tejemos una cortina alrededor de nuestros deseos más primitivos para jugar a los diplomáticos en esta sociedad descontrolada.
Si en aquel entonces alguien me hubiera advertido de que estaba delante de un importante asesino, uno de los hombres más buscados en los Estados modernos, tampoco le habría creído. ¡¡Ja!! Mi olfato no me engañaría de esta forma... pero sí, lo hizo. Aunque ahora es tarde para lamentaciones...

La sangre sigue chorreando de aquel cuerpo ya inerte. No puedo evitar retorcer la nariz en señal de asco. Y él, impertérrito, mira el cadáver con agotada pasión y ojos aun desencajados... ¡¡Caramba!! Quizás debería empezar a preocuparme y, sin embargo, no me preocupa en absoluto encontrarme en la misma sala que ese asesino. ¿Será el beso de aquel entonces que me llena de tranquilidad?

Noches eternas de conversación desenfrenada y sexo alocado. Cava y uvas, buenos puros habanos, música de jazz de fondo... ¿Y ahora? ¿Huesos rotos y sangre líquida?

Impulsivamente, me aferro al puñal que escondo en la bota. Uhm... vaya, vaya, vaya... ¿Desde cuándo tengo esta arma guardada? ¿Y las botas? Están sucias por el barro. ¿Cuándo ha llovido?
Me fijo en el reflejo del espejo que me muestra una chica jovial, vestida de forma atrevida. Evidentemente no soy yo, pero está en el lugar que debería ocupar yo... Él, entre tanto, ha desaparecido... ¿o quizás lo he matado?
Miro al suelo y efectivamente allí está, tendido, boca arriba y con el puñal que hace un momento tenía en la mano clavado en el estómago. Defensa propia, obviamente.

¿Por qué tuvo que cruzarse en mi camino? Parecía un hombre con futuro... con un modesto negocio en una zona pija, cierto, pero con futuro. ¿Qué es el futuro? A este hombre ya no le queda ni aliento para un último polvo... No puedo evitar volver a arrugar la nariz. La cosa se está poniendo fea, sin lugar a dudas. Y aunque chasque los dedos, no creo que vuelva a la vida.

Lenta y perceptiblemente la casa empieza a cambiar. Juraría que dio vueltas sobre sí misma hasta transformarse en lo que ahora veían mis ojos. No puedo estar más atónita: estoy en uno de los salones del Castillo de Torres-Milmanda... con sus sillas aterciopeladas y a juego con las cortinas, su mesa rústica de madera maciza, candelabros y lamparillas de oro... velas y más velas encendidas.
¡Ahí va! Es de noche ya...

¿A ver qué echan en la tele?

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