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miércoles, 17 de febrero de 2010

En blanco y negro

- No puedo más Pedro, no puedo más...- el teléfono comenzaba ya a molestar excesivamente su oreja así que lo cambió de mano y lo pasó a la otra- no hay salida, no la hay...-
- Bueno Juan, trata de calmarte, fúmate un cigarro tómate tu tiempo, piénsalo detenidamente-
- No se...- dijo Juan reprimiendo un llanto que amenazaba con salir de nuevo a la superficie.
- Hazme caso: túmbate un rato, ponte una peli, duerme un poco...-
- Sí, sí, haré eso. Gracias por estar siempre ahí, muchas graci...- fue incapaz de acabar la frase.
- De nada socio. Un abrazo muy fuerte y mucho ánimo-
- Hasta luego Pedro-
- Chao campeón-
Colgó el teléfono y lo dejo sobre la mesa frente a él. Ahora el silencio lo engullía todo hasta que el leve sonido del "tictac" del relojo de pared lo quebró. Cruzó los brazos sobre la mesa y hundió la cabeza en ellos. Sus hombros comenzaron a convulsionarse y el "tictac" del reloj fue vencido ahora por el llanto.
- Sólo quería un detalle, un gesto... algo-
Su voz sonó ahogada y levantó la cabeza secándose las lágrimas con las palmas de las manos. Encendió un cigarro y lo consumió con celeridad entre vaivenes de imágenes atravesando su mente con una sola protagonista: ella.
- Recapitulemos: cada vez más distante, cada vez más ausente, cuando está conmigo no está- sonrió con ironía- simplemente no está. Siempre tiene que irse pronto y cada vez nos vemos menos porque tiene "cosas que hacer"...- se levantó de la silla con determinación - Se ha terminado.
Se puso la chaqueta y se dio un último vistazo al espejo. Valoró la posibilidad de ir a lavarse la cara para "camuflar" las horas de llantos y tristeza, pero no lo hizo.
- Cuando antes haga esto mejor- se dijo apunto de romper a llorar de nuevo.
Caminando por la calle todo era como en aquellas películas antiguas que tanto le gustaban: todo era en blanco y negro. Los colores parecían haberse evaporado y la gente que pasaba junto a él, estaba tan lejos que ni tan sólo se percató de que Luis, uno de sus compañeros de trabajo, le saludaba a escasos metros de su situación.
- Hace meses que estamos así y mira como estoy: no puedo- dijo en voz baja secando sus ojos con las manos.
Pronto llegó al portal de Ainoha y para su sorpresa, no dudó a la hora de picar al timbre.
- ¿Sí? - habló una voz masculina a través del interfono. ¿Quien era? no le resultaba familiar.
- Soy Juan, vengo a ver a Ainoha- contestó notando como la señora tristeza parecía retirarse al ver aparecer a su vecina: la ira.
- Un segundo...-
- No puede ser- susurró.
- Sube-
Empujó la puerta apretando los puños y, muy a su pesar, notó como la tristeza remontaba la envestida inicial de la ira. Subió las escaleras recordando aquellos buenos momentos de hacía apenas unos meses. Tragó saliva cuando estuvo frente a la puerta, preguntándose que había pasado para llegar a la situación actual. Le abrió un chico alto, moreno, de ojos claros y una media sonrisa que Juan no sabía cuanto tiempo podría digerir.
- La "chiqui" está en el salón- comentó el desconocido, ahora sonriendo abiertamente.
Juano notó cerrarse su puño y correr la adrenalina por sus venas. Definitivamente iba a romperle la cara a aquel tipo, o si más no a intentarlo.
- Pasa Juan, estoy aquí- la voz llegó como de otro mundo ya muy lejano. Lanzó una última mirada al desconocido que hizo que la sonrisa desapareciera por completo de su rostro.
- ¡Ainoha! esto no puede ser, vengo a hablar contigo porqué...-
Ainoha salió de la estancia con aquella sonrisa capaz de congelar el tiempo. Sus ojos se apagaron al ver los de Juan.
- Pero ¿que te ha pasado car...?- comenzó a acercarse abriendo los brazos.
- ¡Déjame en paz, vengo a decirte que no aguanto más! ¡Mírame! ¡Mira en lo que me he convertido! y tú aquí tan tranquila con...- señaló atrás en dirección a la persona que le había abierto la puerta- y tú aquí con... dime ¿siempre era para estar con él?- preguntó echándose a llorar y rindiéndose ante el abrazo de Ainoha.
- Sí- dijo ella acariciándole el pelo. Juan trató de hablar, pero no pudo - ven Juan, ven conmigo- compartió una mirada de complicidad con el chico moreno y poco a poco fue llevando a Juan al salón.
- ¿Por qué Ainoha? ¿ Por qué me has hecho tanto daño? - dijo sin apartar la cara todavía enterrada en los hombros de ella.
- Mírame- dijo Ainoha empujándole con suavidad para despegarse de él.
- ¡No puedo! ¡no puedo mirarte! ¡debería irme cuanto antes!-
- Mírame-
- Tengo miedo de que me hagas más daño... si eso es posible- respondió Juan dándole la espalda sin acabar de creerse que no se hubiera marchado aún lanzando un sonoro puñetazo a la cara del chico desconocido.
- Mírame, abre los ojos-
- Quiero irme ya y no verte más Ainoha-
- Juan, por favor- su voz comenzó a titubear y las lágrimas comenzaron a aparecer en su cara- Mira...- la palabra se cortó por las lágrimas- por favor, por favor... -
Juan no puedo evitar sentir algo moverse en su alma cuando escuchó llorar a Ainoha y no pudo más que volverse. Tras ella, ahora arrodillada y con la cara enterrada entre las manos, contempló algo que hizo que todo volviera a teñirse de color. La estancia, bañada por esa nueva luz en su mirada, le mostró a Jorge una estatua. Sobre una columna de piedra diseñada para tal fin, una escultura de unos dos palmos de altura labrada en mármol, plasmaba a la perfección el mágico momento de un día ya lejano, en el que ambos sentados en un banco del parque, se habían conocido.
- Pero...- comenzó incapaz de encontrar las palabras.
- Me ha costado mucho hacerla y Miguel me ha ido guiando, era algo que quería hacer antes de preguntarte...- dijo alzando la mirada.
- Pero...-
- ¿Quiere casarte conmigo Juan?-
- Pero...- dijo Juan ayudando a incorporarse a Ainoha y mirándola a los ojos.
Miguel sonreía en un rincón pero fue la sonrisa de Ainoha cuando Juan la beso, la que provocó que la luz de su universo brillara aún más y logró hacer llegar a sus oídos a través de la ventana, la agradable melodía tocada por algún músico callejero que desde hacía rato estaba sonando abajo en la calle.

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