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sábado, 21 de noviembre de 2009

La especificidad del subjeto, s. XXI

¿Qué fue antes, el huevo o la gallina? ¿El individuo o la sociedad? Mi contribución al eterno debate ontológico sobre el ser humano no pretende arrojar más luz (ni más oscuridad) de la ya existente. Esta aportación pretende únicamente ser una voz más en el eco de la sociedad discursiva en la que vivimos.

Desde mi punto de vista, las influencias entre individuo y sociedad cumplen con un principio de bidireccionalidad: por un lado, al nacer, aprehendemos la realidad que nos envuelve, nos socializamos en el momento que interiorizamos los procesos sociales en los que nos sumergimos; y, por otro lado, organizamos las categorías y estructuras con las que definimos el mundo que nos rodea.
Existen dos aspectos fundamentales a tener en cuenta para comprender de qué estoy hablando: el primero hace referencia a la relevancia que las interacciones tienen en cualquier contexto socio-histórico (no existe la conducta carente de significado social); el segundo se refiere al papel protagonista que juega el lenguaje en estos procesos señalados (cabe matizar que el sentido que se le da al lenguaje en esta aportación sobrepasa los textos escritos o hablados). A través del lenguaje generamos un marco de categorizaciones y estructuras con los que definimos la realidad que nos rodea. Pero a la vez, el hecho de que sean unas categorizaciones y estructuras y no otras las que se instalan en nuestras mentes es un legado que el consenso social deposita en nosotros.

¿Qué define qué categorizaciones son las correctas?

Foucault lo explica muy bien en su discurso en torno a la arqueología del saber. Según el autor, saber y poder constituyen un binomio inseparable. Si entendemos el saber como la visión del mundo que prevalece en un contexto socio-cultural determinado, la única cosa que distingue el saber del resto de explicaciones posibles es el hecho de que se le asocia con la verdad. Así, el poder resulta más efectivo cuando es productivo, cuando produce saber. Vemos entonces que el saber acontece como regulador social con una sutileza que produce la manera de pensar y actuar de las personas, que conforma las subjetividades, es decir, crea los instrumentos necesarios para asegurar su hegemonía a través de la cotidianidad (no de la fuerza), produciendo a las personas. Y el poder se entiende como el conjunto de relaciones que guían las acciones humanas en el día a día con tal de hacer coincidir nuestra existencia con la única realidad institucionalizada. Lo que los socioconstruccionistas definen como relatividad socio-histórica se traduce en términos foucaltianos en una determinada relación de poder (poder disciplinario).
Siendo el lenguaje la base de nuestra actividad psicológica, estrechamente relacionado con el pensamiento, veíamos como éste nos proporciona un sistema de categorización con el que estructurar e interpretar nuestra experiencia. Este carácter formativo y constructivo del lenguaje en nuestras prácticas lingüísticas producen discursos. Así, la identidad de cada uno de nosotros es el resultado de un proceso continuo de construcción en el que participan un gran número de discursos. Estos discursos no tienen porqué siempre coincidir con los discursos disciplinarios en tanto que el significado inestable inherente al lenguaje lo acontece como un escenario de cambios, desacuerdos y conflictos potenciales, es decir, un escenario para las relaciones de poder.
Y es que otra de las cosas que defendió Foucault en su teoría es al respecto del poder distribuido. Lejos de concebirse el poder como resultado de una estructura jerárquica donde existen poderosos y desposeídos, nos viene a decir que todos y cada uno de nosotros, en el marco de las interacciones, establecemos relaciones de poder. De lo que hagamos con nuestra porción de poder es donde entra en juego el concepto de resistencia. Foucault defendió que poder y resistencia son las dos caras de una misma moneda en cuanto a que el segundo define los límites del primero dotándolo de sentido (como fondo y forma). En lo que la concepción focaultiana se define como resistencia es en lo que se apoyan las posibilidades de cambio social. Si definimos el poder como las relaciones de fuerzas desigualitarias y relativamente estabilizadas en tanto que el poder define sistemas de verdad y la verdad crea y mantiene sistemas de poder, podemos concluir que dejar salir lo que es diferente, distinto, aquello que está excluido, marginado, maltratado, lo que no se adapta, lo renuente, etc., es decir, atacar a la propia cotidianidad, dejar de ser lo que somos (Gil, 2008), sólo entonces podremos liberarnos y provocar la fisura potencial del cambio social. Si cambiar la cotidianidad implica no asumir como normal y natural lo que nos es dado, cuestionar, visibilizar conflictos, no asumir prácticas o discursos como liberadores ya que en otros momentos podrían convertirse en dogmas a desmontar, de lo que en realidad estamos hablando es de desmantelar el pensamiento único.

¿Y cuál es ese pensamiento único?

1 comentario:

  1. Cuántas veces habré oido eso de "sólo piensas en lo único ... o era "... en lo mismo" :P

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