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martes, 9 de septiembre de 2008

Polvo

Dios dijo, "Haya luz", y hubo luz. Dios vio la luz, que era buena, y Dios causó separación entre la luz y entre la oscuridad. Dios llamó a la luz "Día" y a la oscuridad llamó "Noche". Y hubo tarde y hubo mañana: día uno.
(...)
Dios dijo, "Hayan luces en la expansión del cielo para separar entre el día y entre la noche. Serán como señales de las estaciones, de los días y de los años. Y serán como luces en la expansión del cielo para brillar sobre la tierra." Y así fue. Dios hizo las dos grandes luces, la gran luz como gobernadora del día y la pequeña luz como gobernadora de la noche e las estrellas. Dios las colocó en la expansión del cielo para brillar sobre la tierra, para gobernar el día y la noche, y para separar entre la luz y entre la oscuridad. Y Dios vio que era bueno. Y hubo tarde y hubo mañana: día cuarto.

El ascenso a la montaña estaba resultando muy duro. La pendiente era pronunciada y el camino se veía coronado de piedras sueltas que se habían desprendido de la cima. Cada paso adelante iba acompañado de una resbalada hasta tal punto que más de una vez se creía retroceder más que avanzar. Por si no fuera suficiente, las inclemencias del sol dificultaban aun más el avance. Hacía horas que cualquier tipo de vegetación o alma tuviera lugar; la montaña estaba yerma. El aire era seco provocando ardores en la garganta; el agua hacía rato que se había acabado.

Patrizie padecía una enfermedad terminal en un estado bastante avanzado. Los médicos no se andaban con remilgos para hacerle comprender que sus días estaban contados. Quizás fue esto lo que la motivó a abandonar su acolchada cama del hospital... las motivaciones siempre son resbaladizas para el que es mero observador.

Pese a las dificultades del ascenso, ella se había propuesto llegar a la cima. No llegar suponía morir en vida, fracasar en su sentido existencial. Había abandonado su obligación por demasiado tiempo y a sus 67 años de edad se veía en la obligación de empezar a respetarse. Ya había perdido casi siete décadas de vida insulsa sumida en el miedo, la desesperación y las comodidades de su tiempo. En su hora póstuma, enferma, había llegado el momento de plantarle frente a su gran miedo, tomar las riendas de su vida y hacerse con aquello que siempre le había sido negado.

Su aspecto era lamentable: su pelo blanco estaba revuelto y sucio, la cara manchada de sangre de rodillas y manos, tantas eran las veces que había caído al suelo; tenía moratones por todo el cuerpo, los labios secos por la sed, cortes y piel reseca que se agrietaba a cada minuto. Le dolía todo de forma tremenda y parecía que el corazón se detenía por momentos, la sangre se agolpaba en las sienes o bien se cuajaba en cualquier otra parte; el aire no llenaba los pulmones y la cabeza le dolía sobremanera; de tanto en tanto se le nublaba la vista hasta la ceguera...
Sin embargo, Patrizie debía llegar a la cima. Allí rozaría el sol adueñándose de la calma, de la paz, de la serenidad... Su cuerpo quedaría atrás junto al dolor. Al fin sería feliz consigo misma y con los demás; al fin se habría encontrado...

Mientras vomitaba ácido del estómago no pudo evitar pensar en su vida.
¿Por qué me abandonaste, madre? ¿Por qué te fuiste, padre? ¿Por qué me habéis dejado sola? ¿No hay nadie en el mundo?
Lágrimas de sangre brotaban de sus ojos y caían sobre el polvo del camino.

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu,
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna
aunque es fuerza hacerlo,
el dejar tan tristes,
tan solos los muertos.
(*)

La vida se le escapaba entre los dedos. Sujeta por un único hilo vital, se levantó y a los tres pasos volvió a caer.
Sus manos estaban frías, su corazón latía lento...
Hacía rato había dejado de sentir la parte inferior de su cuerpo... Desesperada Patrizie gritó; un alarido que atravesó la montaña, recorrió las faldas de ésta y los bosques del horizonte. Una manada de pájaros alzó el vuelo. El viento sopló más fuerte levantando más polvo del camino. Poco a poco el eco se fue apagando y todo se sumió en un nuevo silencio más doloroso aun que el anterior.

Despertaba el día,
y, a su albor primero,
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
(*)

Los minutos transcurrían lentamente. Tan lejos y cerca la cima parecía reírse de ella. El sol aumentó su rayos haciendo que las sombras se movieran rápidamente... ora agrandándose, ora empequeñeciéndose.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto:
perdido en las sombras
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!
(*)

Las fuerzas se le iban y Patrizie permanecía inmóvil. Cualquier movimiento le resultaba un terrible esfuerzo. Ciertamente no disponía de la suficiente fuerza para levantarse del camino.

Pensé, mas fue engañoso pensamiento,
armar de duro ielo el pecho mío;
porqu' el fuego d' Amor al grave frío
no desatase en nuevo encendimiento.

Procuré no rendir m' al mal que siento;
y fue todo mi esfuerço desvarío.
Perdí mi libertad, perdí mi brío;
cobré un perpetuo mal, cobré un tormento.

El fuego al ielo destempló en tal suerte,
que, gastando su umor, quedó ardor hecho;
y es llama, es fuego, todo cuanto espiro.

Este incendio no puede darme muerte;
que, cuanto de su fuerça más deshecho,
tanto más de su eterno afán respiro.
(**)

- Levántate, Patrizie, y anda.

Una voz sonó estentórea detrás de ella. No había nadie.

- Levántate, Patrizie, y anda.

En esta ocasión la voz sonó fuerte e imponente. Patrizie reunió fuerzas y se levantó. Alzó lentamente el cuerpo hasta apoyarse en sus dos piernas aun temblorosas. Apretó los puños y dio un primer paso. Se tambaleó fruto del mareo y la debilidad, pero no cedió. Dio un segundo paso y un tercero y resbaló, pero tampoco cedió. Lentamente prosiguió el ascenso, sorteando dificultades, retrocesos, debilidades, sed y hambre... Al cabo de siete días, llegó a la cima y envuelta de una sonrisa se desvaneció del mundo...

- ¿Quién eres?
- Soy Patrizie. Siempre estuve a tu lado pero nunca me oíste... Tenía tantas ganas de estar contigo, mi querida Patrizie... ahora ya puedes descansar.


¿Vuelve el polvo al polvo?

___
(*) Gustavo Adolfo Bécquer
(**) Fernando de Herrera

5 comentarios:

  1. Ojalá todos pudeiramos superar las adversidades y realizar todo aquello que nos propusieramos. Lástima que con quererlo no sea suficiente.

    Gran mezcla de ficción y buena poesia. Interesante si señor.

    R.

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  2. Querer no es suficiente. Para llegar a algún sitio siempre hay que caminar y superar adversidades.
    Hace tiempo alguien me dijo que no es más valiente el que atraviesa un túnel oscuro sin llorar sino el que realmente lo atraviesa.
    Por muy doloroso que resulte a veces levantarse o por mucho miedo que pueda provocar el hecho de hacerlo, nos debemos este esfuerzo...
    "Caminante no hay camino
    se hace camino al andar..." (Antonio Machado)

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  3. el vencer los temores y la inseguridad de que no puedes hacerlo es el 1er paso para intentar llegar a donde te propones, si no lo haces nunca lo conseguiras, y si por causas ajenas a uno mismo no lo consigues, nunca te reprocharas el no haberlo intentado.

    Es mas, el tener objetivos en la vida, hace que esta tenga sentido, tu personalidad se refuerza y tu autoestima este en condiciones de afrontar con mas seguridad cada nuevo reto que te plantea la vida, que al final de todo, es un camino lleno de retos!!

    si no lo intentas, no lo coneguiras!!, y el intentarlo ya es un logro!!

    Paco

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  4. ¿Dónde fue que oí/leí que lo importante en la vida no era tener objetivos sino el proceso para alcanzarlos? ¿Dónde fue?

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  5. yo creo que el proceso para alcanzarlos y tener objetivos son complementarios!!,
    si no tienes objetivos no da a lugar un proceso, sino tienes un proceso no puedes alcanzar el objetivo!!

    Paco

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