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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Renacimiento

Han pasado muchas horas...
Mis huesos están entumecidos por el efecto de la humedad en el pozo. Me escuecen los ojos de tanto llorar. Las manos están rasgadas en los múltiples intentos por escalar el pozo, escarbar los muros, buscar tras las piedras... Las uñas rotas.
El silencio se ve continuamente interrumpido por ecos del pasado, por ecos del presente, por ecos del futuro. Cierro los ojos y siento el temblor de mi cuerpo. Me prometí no tener miedo, me prometí templanza y paciencia para encontrar las escaleras que me ascendieran de nuevo a la vida.

Han pasado muchas horas...
El frío, el hambre, la sed y el cansancio se apoderan de todo mi ser. Sigo rasgando cordura en mi particular cárcel de locos. Miro arriba, contemplo la luz en el infinito. ¿Cómo alcanzar de nuevo la luz en mi alma?

Se escucha el eco de unos pasos. No es posible a tanta profundidad. ¿Me estarán engañando mis oídos? Los agudizo y presto mi máxima atención a lo que sucede tras las paredes. Alguien se acerca, estoy casi convencida.
De repente, una sensación de bienestar, paz y tranquilidad reconstituye mi maltrecho cuerpo. Cesan los temblores y los tambores en mi cabeza. Siento un calor que nace en mi corazón y se transforma en lágrimas de júbilo.
No puedo evitar ponerme en pie, aun tambaleante.

De repente sé que un niño allí fuera me echa de menos...
Veo el primer peldaño...

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