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miércoles, 16 de septiembre de 2009

Pedazos de madera

Toc, toc, toc.
Toc, toc, toc.

Los golpes provenían de la puerta principal. El anciano caminaba con dificultad hacia ella esquivando todo el material que tenía de por medio. Su pelo completamente blanco y las numerosas arrugas de su cara vislumbraban una larga vida, muy larga. Su respiración, entrecortada por el esfuerzo del movimiento, presagiaba que no muchos más alientos su boca iba a dejar escapar.

Toc, toc, toc.

El pobre anciano aceleró en la medida que pudo su paso, tratando de llegar a la puerta raudamente.

Toc, toc, toc... toc, toc, toc...

-Ya vaaaaaaa!!!!!!! – gritó con voz ronca.

Al abrir la puerta se sorprendió. Hacía ya mucho tiempo que nadie iba a ver a este anciano y la presencia de un niño en su umbral era algo completamente inusual para él.
El niño era rubio. No debería de tener más de seis o siete años. Tenía el pelo largo con tirabuzones. Su cara estaba llena de pecas y sus ojos desprendían la inocencia que provoca la ignorancia.

-Necesito una escalera. – dijo con voz risueña el niño.

Plantado frente al niño, el anciano se extrañó.

-¿Cómo dices?

-¡¡¡¡Necesito una escalera!!!! – dijo de nuevo con voz risueña.

El anciano lo miró severamente.

-Jovencito, esas no son maneras de dirigirse a la gente. Sobretodo si vas a pedir algo a alguien, ¿comprendes?. A ver... ¿cómo te llamas?

-Kirdec.

La expresión del anciano se iba relajando a medida que la conversación avanzaba.

-Muy bien Kirdec. Yo soy Cauvin. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?

-Necesito una escalera – repitió.

El anciano, con una sonrisa de incredulidad, movía la cabeza de una lado a otro.
-Anda pasa y siéntate en esa mesa – dijo Cauvin señalando a una mesa desvencijada que había al fondo de la habitación.

Kirdec caminó por la habitación con los ojos abiertos de par en par, alucinando con todas las cosas que tenía el anciano esparcidas por el suelo. Se sentó con las piernas cruzadas y siguió con la mirada al anciano mientras este recorría la distancia que separaba la puerta principal de la mesa. En el trayecto, el anciano pasó junto a un perro que parecía ser de madera. Notando que éste había llamado la atención del niño, se detuvo. Lo tocó con su mano y el perro salió corriendo fuera de la estancia.
El niño, boquiabierto, no podía creer lo que acababa de ver. ¿Ese perro era real y estaba muy quieto? ¿O era un perro de madera que había cobrado vida?
Cauvin se sentó por fin.

-Yo no tengo una escalera. –dijo con una expresión de lamento.

Kirdec se entristeció. Su cara enfurruñada ni siquiera miraba directamente al anciano.

-Pero... puedes construir una ¿verdad? Tú eres el carpintero. – Su cara volvía a desprender la jovialidad de la esperanza.

El anciano se sorprendió ante las descaradas palabras del jovenzuelo.

-Hace ya mucho tiempo que no construyo nada. Mis manos ya no son capaces de sujetar firmemente el cincel. Mis ojos ya no ven con tanta claridad como lo hacía antaño. Soy un pobre viejo. He perdido mi habilidad.

La decepción de nuevo invadió a Kirdec.
Ante tal situación, algo en el alma del pobre anciano pareció romperse.

-A ver pequeño, ¿y para qué necesitas tú una escalera?

-Pues... porque la necesito. – dijo encogiéndose de hombros.

Una sonrisa se esbozó en la cara de Cauvin.

-Muy bien. Necesitas una escalera. ¿Cómo de larga ha de ser?

-Mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho... – los brazos del pobre niño no podían separase más de lo que estaban para indicarle como de larga había de ser la tan ansiada escalera.

El anciano suspiró. Parecía meditar su respuesta cuando se puso en pie.

-Está bien. Voy a ayudarte. Puedo hacerte una escalera tan larga como tú quieras...

El niño saltó se alegría de la silla en que estaba sentado.
El anciano, con su mano derecha indicó a Kirdec que se calmara.

-Yo te haré la escalera. La más larga del mundo. Para ti. Y tú a cambio tendrás que darme una cosa.
El niño, confuso, lo miró extrañado.

-Pero... yo no tengo dinero...- dijo lentamente.

El anciano se aproximó a él.

-No quiero nada... ahora...

Kirdec no lo comprendía.

-Dentro de veinte años te buscaré. Entonces tendrás que darme voluntariamente aquello que yo te pida. – su voz revelaba tranquilidad.

Kirdec no tardó en darle la respuesta.

-Valeeeeeeee!!!!!!!!

El anciano le extendió la mano. El niño la apretó en señal de trato.
En ese preciso instante los ojos del anciano cambiaron. De color marrón claro se transformaron en negros por completo. Las arrugas de su cara desaparecieron y una continua sonrisa malévola se instaló en su rostro.

Kirdec se asustó y se apartó.

-Un trato es un trato. – dijo Cauvin

Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo posó sobre la mesa. Miró a Kirdec. Seguidamente agarró el pañuelo con tan solo dos dedos y al levantarlo apareció una escalera pequeña sobre la mesa.

-Es toda tuya – dijo señalando al niño.

Kirdec la miraba con desconfianza.

-Esta escalera es muy pequeña – dijo.

La voz de Cauvin se volvió oscura como una gruta en las profundidades de un abismo.

-La escalera será tan larga como tenga que ser cuando la uses.

El niño la agarró y se dirigió a la puerta.
Cuando la abrió y se giró, aquel amable anciano que minutos antes le había abierto, había desaparecido. En su lugar un ser oscuro, malvado, se erguía frente a él.

-Disfruta de tu escalera. Te veré dentro de unos años.

El niño meditando, le lanzó una mirada desafiante.

-¿Quieres saber para qué quiero la escalera?

Cauvin, demonio curioso donde los haya, se quedó esperando la respuesta.
De pronto, Kirdec, ya no parecía tan niño. Su mirada no era la de un mocoso de unos pocos años. Su mirada desprendía el sufrimiento y el carácter adquirido durante tres vidas.

-La quiero para abrir una puerta en el infierno que tienes en el bosque... – con estas palabras se dio media vuelta y marchó.

El rostro desencajado de Cauvin no podía mostrar más furia.

-Espero que te haya válido la pena – dijo vociferando.- Un trato es un trato!!!!!!

-Sin duda, ha merecido la pena...

Y así es como Kirdec, caminado al ocaso del día, despareció en el horizonte...





Horas más tarde Kirdec dejó de caminar. Lo había hecho hasta llegar al corazón del bosque. Allí frente a él estaba. Un pozo. Un oscuro pozo. Un pozo maligno. Lo había descubierto días atrás. Desde que se acercó por primera vez pudo percibir una sensación extraña. Desconcertante. Agria. Mala.

Se situó en el borde del pozo. Agarró la escalera por la parte superior y la introdujo en el círculo de oscuridad que se extendía hasta los confines de la tierra.
La escalera empezó a crecer y crecer y crecer y crecer... hasta que tocó fondo y paró de hacerlo.
Kirdec la soltó y pudo comprobar como aparentemente llegaba desde su parte más inferior hasta el borde superior.
Un sonrisa se dibujo en su cara.
Empezó a caminar de nuevo con un pensamiento en su cabeza:
“Espero que si alguien cae en este pozo maligno, encuentre la salida más fácilmente”

Caminó y caminó y caminó... y se perdió en el horizonte...

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